Desde que el pecado entró al mundo el prejuicio y el odio prevalecieron a lo largo de toda la historia humana.
Sin embargo, en los últimos tiempos, los hechos agresivos motivados por el rencor se potencializaron significativamente. No hace falta ser un experto en sociología para darse cuenta de esta problemática, porque está visible en la falta de tolerancia contra los que tienen creencias diferentes, en el odio expresado en las redes sociales, en las multitudinarias manifestaciones contra un determinado grupo de personas, entre otras situaciones.
El diablo incentiva estas cosas porque sabe que él domina cuando hay división. Lea, a continuación, lo que el Señor Jesús dijo:
“… Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae.” Lucas 11:17
Está de más decir que no es necesario estar de acuerdo con el pensamiento o la creencia de los demás para poder coexistir. Y, para lograr un buen entendimiento, es importante que haya una mirada diferente, que se vea al otro de igual manera que lo hace Dios.
Al contrario de lo que muchos hacen, el Altísimo no considera la apariencia física de las personas, la educación que tienen, ni mucho menos la condición social en la que se encuentran, porque Él las ve como lo que realmente son: almas.
Si el ser humano dejara a un lado todos sus prejuicios y mirara a su prójimo como el alma que realmente es, sin duda no habría tantas desavenencias y problemas sociales como los hay actualmente. Pero esta concepción solo se puede llevar a cabo si el individuo tiene la esencia del Señor en su interior, es decir, si tiene Su Espíritu.
El que tiene el Espíritu Santo posee un punto de vista diferente de las situaciones, lo que lo hace capaz de poder entender espiritualmente a las otras personas, incluso cuando a él lo rechazan, calumnian o critican. En otras palabras, cuando la presencia del Señor habita en el interior del ser humano, no hay más lugar para el odio, el prejuicio, el resentimiento, sino que hay misericordia y amor.
“Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos…” Mateo 5:44-45