El rey Salomón, durante toda su vida, buscó llenar el vacío de su alma sometiéndose a su corazón, por lo que la frustración fue cierta y grande, como muchos que no buscan en la Palabra del Altísimo, al Único capaz de lograr tal transformación, el Espíritu Santo.
Propuse en mi corazón agasajar mi carne con vino, y que anduviese mi corazón en sabiduría, con retención de la necedad, hasta ver cuál fuese el bien de los hijos de los hombres, en el cual se ocuparan debajo del cielo todos los días de su vida. Eclesiastés 2: 3
Aquí, él se propone en su corazón disfrutar del vino para agasajar la carne.
Me amontoné también plata y oro, y tesoros preciados de reyes y de provincias; me hice de cantores y cantoras, de los deleites de los hijos de los hombres, y de toda clase de instrumentos de música. Eclesiastés 2: 8
Ya en este versículo, él amontona riquezas y más riquezas sin éxito.
No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo; y esta fue mi parte de toda mi faena. Eclesiastés 2: 10
En este, satisface todos los deseos de su corazón y es engañado.
Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol. Eclesiastés 2: 11
Por fin, descubre que todo en este mundo es pura vanidad y correr detrás del viento, a diferencia de su padre David, quien consideraba la Presencia del Altísimo más importante que su plata, su oro y la corona de rey.
No me eches de delante de Ti, y no quites de mí Tu Santo Espíritu. Vuélveme el gozo de Tu salvación, y espíritu noble me sustente. Salmos 51: 11-12
Cuando cometió un error, David no se preocupó por perder el estatus, sino por perder la unción del Espíritu de Dios, por eso fue perdonado y considerado un hombre conforme al corazón del Señor.
… He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a Mi corazón, quien hará todo lo que Yo quiero. Hechos 13:22
Moraleja de la historia, la salvación no está en la abundancia de bienes, prestigio, fama o dinero, sino en una entrega sincera y en el reconocimiento de que el Señor Jesús es el Único que puede salvar al perdido, cuando este reconoce su insignificancia y clama humildemente por socorro.
¡Dios los bendiga!