Nora se encontraba muy depresiva, preocupada por su hijo. “Me enteré de que él estaba involucrado en los vicios de la marihuana, alcohol y cigarrillos”, recuerda.
“Él me dijo que desde los doce años estaba consumiendo, pero yo lo ignoraba. Recién lo noté cuando comencé a ver que tenía los ojos rojos. Él no era un chico rebelde dentro de casa, el problema era afuera.
Sus amistades me contaron que él llegó a comprar un arma para delinquir. Eso yo lo ignoraba porque lo hacía cuando estaba fuera de casa, cuando se iba a la escuela”, relata.
Un día, Nora se acercó a la iglesia en busca de una solución. “Comencé a venir al tratamiento y a usar la fe. Y un día mi hijo me dijo que quería venir. Ahí comenzó su liberación. Hoy, gracias a Dios, cambió por completo. Su vida es totalmente diferente”, asegura.
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