Jéssica recuerda que, antes de llegar a la iglesia, era una persona triste. “Tenía pensamientos de suicidio, insomnio, tenía ganas de llorar, me sentía vacía y era depresiva. Pasé por muchas dificultades sentimentales y quería quitarme la vida porque no le encontraba sentido. Quería tirarme debajo de un tren, ahorcarme o tomar pastillas. Eso era a causa del sufrimiento que traía desde mi niñez”, asegura.
En esa situación, ella llegó a la Iglesia Universal, gracias a una invitación. “Comencé a participar en las reuniones. Y ahí entendí que tenía que sacar aquello que cargaba dentro de mí, como el odio y el rencor. Además, escuché hablar del Espíritu Santo, que es Dios adentro de nosotros, y tuve el deseo de tenerlo”, señala.
De ese modo, comenzó su proceso de restauración. Ella recuerda: “empecé a venir los miércoles y los domingos. Perseveré y, luego, me bauticé en las aguas, hasta que llegó eso que tanto esperaba, que era recibir el Espíritu Santo. Ese día, cambió todo, mi vida se transformó, cambió mi manera de pensar y ver las cosas. Comencé a tener amor por mi propia vida”.
“Agradezco a Dios que me cambió la vida. Hoy soy una persona muy feliz y valoro la vida que tengo. Mi carácter cambió, tengo una vida realizada, me casé y somos felices con mi esposo. Con el Espíritu Santo conocí lo que es tener paz y amor. Hoy estoy completa”, subraya Jéssica.