“¿Quién subirá al monte del SEÑOR? ¿Y quién podrá estar en Su lugar santo?
El de manos limpias y corazón puro; el que no ha alzado su alma a la falsedad, ni jurado con engaño. Ese recibirá bendición del SEÑOR, y justicia del Dios de su Salvación”. Salmos 24:4-5
¿Usted cree que solo venir a la iglesia, decirse cristiano y cargar la Biblia bajo el brazo nos da la Salvación? El lugar que Él nos preparó, la Nueva Jerusalén, es un lugar santo, y la Biblia dice que para estar allá debemos tener las manos limpias y el corazón puro.
Hay muchas personas que vienen a la iglesia y han jurado con engaño, por delante son una cosa y por detrás son otra. Tener las manos limpias no es habérselas lavado con agua y jabón sino ser íntegro, tener actitudes correctas, no estar hablando mal de los demás, no tener malicia.
Tenemos que adorar a Dios no solo con palabras sino con actitudes.
Todos corremos el riesgo de tener malos pensamientos y, cuando vienen, el consejo es alabar a Dios, ¡y entonces el diablo tiene que huir!
Quien quiere la Salvación debe pagar el precio. No estamos hablando de dinero, sino de obedecer a Su Palabra. La gente piensa que todos son hijos de Dios, pero son hijos de Él solo los que Le obedecen.
Aunque la persona esté en la iglesia y tenga un título dentro de la Obra de Dios, si no tiene las manos limpias y el corazón puro no estará en Su lugar santo.
Pureza interna y externa
Los de manos limpias son los que poseen actitudes íntegras, y los de corazón puro son los que conservan sus intenciones y sus pensamientos
rectos. Solamente así el ser humano permanece en intimidad con el Altísimo.
No sirve solo tener la pretensión de agradarlo, es necesario poner ese deseo en práctica. Es decir, vivir lejos del pecado, dejar de proferir mentiras y rechazar los pensamientos impuros y las intenciones maliciosas. Quien así actúe disfrutará de Su justicia, fidelidad, presencia y Salvación.
Piense en eso.
Dios le bendiga.