A veces en la vida es necesario saber defenderse y defender a los seres queridos, al mejor estilo «si quieres la paz, prepárate para la guerra»
La humanidad insiste en no seguir los preceptos de Dios de manera unánime, por eso, el mundo sigue siendo violento como siempre lo fue. Ante esto, que el hombre sepa defenderse a sí mismo, defender a su familia y a su nación, lamentablemente, siempre fue necesario, como podemos leer en los relatos históricos y bíblicos, en el que labradores también defendieron a su pueblo usando herramientas.
A lo largo de la historia se crearon varios métodos de defensa, por ejemplo, las artes marciales, término que significa, en sus raíces del latín, «el arte de la guerra» y que surgió cuando el ejercito romano entrenó a sus soldados para enfrentarse cuerpo a cuerpo. A pesar de que el nombre proviene de esa época, muchas culturas ya cultivaban la defensa personal con tácticas con y sin el uso de armas blancas.
Se engaña el que piensa que dominar este arte es salir por las calles dando golpes por saber determinadas técnicas. Estas técnicas solo las practican los irresponsables que actúan contra la filosofía de la mayoría de las modalidades de lucha. Al fin y al cabo, casi todas las artes marciales enseñan que más importante que aplicar una técnica es tener el control de sí mismo, saber cuándo es necesario emplear dicha técnica y conocer los caminos que pueden evitar una pelea.
La disciplina es la clave de toda arte marcial seria, no solo dentro de su práctica. En el antiguo Japón, el código Bushid? o «el camino del guerrero» denominaba un conjunto de prácticas (pautas de honra, justicia y otras virtudes) seguidas por los samuráis; que no solo eran válidas al momento de luchar, sino también, diariamente, en el ámbito profesional, familiar, moral, físico, social y religioso.
Diversos pueblos desarrollaron las artes marciales según sus condiciones y filosofías. La capoeira, por ejemplo, tiene raíces afro; los judíos que vivían en los guettos desarrollaron el krav maga y los franceses el savate, entre otros, como el boxeo, la esgrima, la arquería, el judo, el karate, el ninjutsu, el muay thai, el taekwondo, el jiu-jitsu y la lucha grecorromana. Muchas más se enseñaron y aprendieron a lo largo de los siglos, tanto para el uso militar como deportivo o para tener un buen estado físico y mental.
El dominio de sí mismo
Si la persona no es capaz de dominar su lengua, no importa si se vuelve la mejor luchadora de arte marcial. Debe ser inteligente para argumentar, defenderse de las injusticias y hacer valer su palabra. Estas características se las proporcionan los frutos del Espíritu Santo cuando ella Lo acepta en su vida.
El hombre que decide hacer de su cuerpo el templo del Espíritu de Dios muestra madurez emocional, paciencia, respeto y honra, incluso con los que intentan atacar a sus seres queridos. Él sabe imponerse a través de sus palabras y actitudes, y refleja ser un legítimo seguidor de Dios, sin generar daños físicos o emocionales en los demás.
«Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios», Santiago 1:19-20. Observe que el texto de la Biblia, en la versión Reina Valera 1960, se refiere a «todo hombre» y no «todos los hombres», es decir, la persona debe dominarse por completo (cuerpo, mente, alma y espíritu) y no abrirle las puertas al descontrol que lleva a la violencia innecesaria.
El hombre revestido por el Espíritu Santo, en cualquier época, es un guerrero más que equipado, según lo que orientó Pablo: «Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la Salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos…», Efesios 6:13-18. Poseyendo estas Palabras, cualquiera bajo el Reino de Dios sabe, como Pablo, lo que significa pelear la buena batalla (2 Timoteo 4:7).
«En verdad, en verdad os digo que viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que oigan vivirán» (Juan 5:25).
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