“Cuídate de no olvidar al SEÑOR tu Dios dejando de guardar Sus mandamientos, Sus ordenanzas y Sus estatutos que yo te ordeno hoy; no sea que cuando hayas comido y te hayas saciado, y hayas construido buenas casas y habitado en ellas, y cuando tus vacas y tus ovejas se multipliquen, y tu plata y oro se multipliquen, y todo lo que tengas se multiplique, entonces tu corazón se enorgullezca, y te olvides del SEÑOR tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto de la casa de servidumbre. Él te condujo a través del inmenso y terrible desierto, con sus serpientes abrasadoras y escorpiones, tierra sedienta donde no había agua; Él sacó para ti agua de la roca de pedernal. En el desierto te alimentó con el maná que tus padres no habían conocido, para humillarte y probarte, y para finalmente hacerte bien. No sea que digas en tu corazón: «Mi poder y la fuerza de mi mano me han producido esta riqueza».” Deuteronomio 8:11-17
Aquí vemos a Dios advirtiéndonos sobre uno más de los muchos engaños del corazón.
Normalmente esto les sucede más a aquellos que ya están hace un tiempo sirviendo a Dios, fueron liberados, conquistaron, conocen la verdad, pero, de repente, olvidan de dónde los sacó Dios.
Y así comienzan a creerse autosuficientes, ya no dependen de Dios, sino de sus propias fuerzas y experiencias adquiridas. No aceptan correcciones, direcciones, y quieren hacer las cosas a su manera, pues creen que saben mejor.
Sutilmente, se vuelven señores de sí mismos (esclavos del diablo), y ya no más siervos de Dios…
¡Cuántos han caído en esta trampa!