Existen dos tipos de personas: las que son de Dios y las que no lo son. A las que son de Dios se las reconoce por su carácter, por la manera de ser y por vivir en la verdad. Ellas son diferentes de las demás. En cambio, las que no lo son… ni siquiera es necesario decirlo.
El apóstol Pablo dijo: «Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción», 1 Corintios 15:50. Hay quienes viven una fe inservible y dicen: «La gracia de Dios me basta», pensando que podrán heredar la incorrupción viviendo en la corrupción. Sin embargo, Dios es justicia y no tolera la injusticia.
Algunos piensan que Dios es tolerante, porque está escrito que Él es amor. Sí, Dios es amor, pero un amor sujeto a la justicia. El Altísimo no puede amar y ser injusto. Imagine casarse con una persona que dice amarlo, pero lo traiciona, ¿aceptaría eso? ¿Se sujetaría a ese tipo de amor? No. A pesar de amar a esa persona, usted la dejaría. Lo mismo sucede con Dios.
Por eso, el Espíritu Santo, a través de Pablo, no dejó ninguna duda al decir: «… la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción», 1 Corintios 15:50, para que nadie se engañe a sí mismo. En otras palabras: «Ni la injusticia hereda la justicia». Es solo eso. Solo hay dos tipos de personas y usted es uno u otro.
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