Tener opinión y defenderla es diferente que ser obstinado y orgulloso.
Un hombre necesita saber mantener su postura con relación a sus opiniones, pero, además de saber expresarlas y defenderlas, es necesario respetar las de las demás personas y considerarlas, para que, solo así, pueda argumentar de manera correcta, civilizada e inteligente. En resumen, debe saber dialogar como un hombre y no como un tonto egocéntrico.
Algunos, incluso frente a buenos argumentos contrarios, convencidos internamente de que su postura no es la más adecuada, no dan “marcha atrás” simplemente por orgullo y para mantener la apariencia de“macho”. Obviamente, es necesario que usted sepa defender su postura, pero ¿quién le dijo que usted siempre tiene la razón?
Muchos actúan así porque recibieron esa crianza. Siguen lo que aprendieron sin cuestionar, son personas sin personalidad propia. En cambio, otros, de una manera peor, no admiten cambiar sus pensamientos por cuestiones de ego. ¿Quién nunca vio a un compañero que, aunque sabía que estaba equivocado, no daba el brazo a torcer por puro orgullo?
Por otra parte, hay algunos que cometen otro tipo de error: asumen la postura de algo sin pensar. No evalúan situaciones, no miden las consecuencias o, lo que es peor, toman partido como un “Ernesto va con el resto”. Aceptan tomar una actitud solo para recibir el apoyo del grupo, para adular al jefe o por cualquier otro motivo que involucre hipocresía y servilismo.
En cualquiera de estas situaciones, un hombre no transmite una imagen confiable, sino de mimado y orgulloso, peor aún si es innecesariamente agresivo para defender su opinión. En estos casos, queda en evidencia que allí hay un niño que solo creció, pero que sigue siendo inmaduro. ¿Quién quiere ser liderado por alguien así en el trabajo, compartir en una mesa con amigos junto a él, y qué mujer se siente bien con un novio o esposo así?
Es necesario ser inteligente, tener posturas y defenderlas, pero, por supuesto, sin esa actitud de menospreciar o ser sarcástico con el que tenga opiniones o maneras diferentes de actuar. Cuando hace eso, el inmaduro solo demuestra que no tiene fuerza, carácter ni inteligencia para enfrentar un tema y pasa a jugar sucio o con bajeza para sentirse mejor y admirado por los más tontos que él.
¿Cómo luchar contra eso y cómo saber ser más racional, en lugar de ceder a la emoción? Esto es importante en los negocios, en la familia, en el matrimonio y en todos los demás aspectos de la vida. ¿Cómo saber argumentar sin exageraciones ni agresividad, sin llevar las cosas al lado personal o ser hipócrita? Con el Espíritu de Dios.
Los hombres que tienen la Presencia del Espíritu Santo anulan su ego, su orgullo, delante de cualquier situación. Ellos usan la sabiduría y los demás dones de Dios y, al actuar así, no hay manera de que tomen una postura equivocada o se engañen.
David siempre es un buen ejemplo, a pesar de ser casi un cliché. Por vanidad, impulso sexual y egoísmo, aun sabiendo que estaba equivocado, llevó a su amigo Urías a la muerte para quedarse con su esposa. Cuando la voz de la razón, a través de la boca del profeta y consejero Natán, cuestionó su actitud, su primer impulso fue el de no reconocer su error. Pero, de repente, el rey se rindió, anuló su ego y dejó que el Espíritu actuara. Él se arrepintió amargamente, pero con sinceridad, y dio el brazo a torcer. Él solo era, en realidad, el famoso “hombre según el corazón de Dios” cuando dejaba que el Propio Dios actuara.
La moraleja de la historia: en cualquier argumentación es importante este inteligente consejo bíblico: “No hables a oídos del necio, porque menospreciará la prudencia de tus razones.” (Proverbios 23:9).
Sea hombre para hablar y también para escuchar.