Las personas que no piensan antes de actuar tienden a sufrir las consecuencias de sus propios impulsos. Son pocos los que analizan las situaciones que se les presentan antes de embarcarse en una decisión que, tal vez, no tenga retorno. Por lo general, el mundo responde a los sentimientos del corazón y eso tiene una explicación.
Por proceder ciegamente, muchas personas se lanzaron al vacío del fracaso. Este es el caso, por ejemplo, de los que realizaron una mala inversión económica sin antes hacer los cálculos correspondientes. Del mismo modo, numerosas parejas ignoraron la etapa del noviazgo y comenzaron a convivir sin ni siquiera conocerse bien y, con el tiempo, terminaron lamentándose.
Lea lo que dijo el Señor Jesús:
“Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar” (Lucas 14:28-30).
El error de algunos está en pensar que toda oportunidad aparentemente “buena” es una bendición de Dios y, por no tomarse el debido tiempo para pensar e investigar, caen en la trampa de sus propios impulsos.
¡Hay una solución!
Muchos de los que alegan que la “vida es una sola” y que, por lo tanto, tienen el derecho de “aprovecharla al máximo”, son los que después se quejan de sus dificultades. Luego, toman decisiones basados en la emoción y más tarde se dan cuenta de que no pueden volver el tiempo atrás. Si bien algunos se arrepienten y cambian, otros no logran aprender de sus errores. Por eso, siguen equivocándose y sufriendo las consecuencias.
Si usted nota que ha actuado de manera desenfrenada, y no logra controlar sus impulsos, busque la ayuda del Señor Jesús ¡y libérese de ese desequilibrio emocional!