Tenemos que mantener el corazón y el alma limpios, lavados de cualquier culpa, resentimiento, odio y rencor. El Señor Jesús enseñó sobre algo que Él fue testigo y trasmite esa misma enseñanza a todos los que tienen juicio y quieren salvar su alma.
El Texto Sagrado dice que en Babilonia: «Había cierto hombre rico que se vestía de púrpura y lino fino, celebrando cada día fiestas con esplendidez», Lucas 16:19 LBLA. Él era judío, descendiente de Abraham. Pero había otro judío que, además de descendiente, era hijo de Abraham. Porque una cosa es ser descendiente de Jesús, ser cristiano, porque sus padres fueron cristianos y otra es ser hijo de Dios, nascido del agua y del Espíritu Santo.
El versículo siguiente dice: «Y un pobre llamado Lázaro yacía a su puerta cubierto de llagas…», Lucas 16:20 LBLA. Él yacía. Los yacimientos en el cementerio son tumbas donde se ponen a las personas muertas. Así es, Lázaro era una tumba viviente, un muerto vivo, y Jesús honró su nombre, no porque lo merecía, sino por la fe que tuvo en el Dios de sus antepasados. Lázaro era hijo de Abraham por la fe, en cambio, el hombre rico solo era un descendiente.
El rico y Lázaro representan dos situaciones y dos posiciones diferentes. Cuando la persona muere, el alma sale del cuerpo y va a donde decidió en vida. Si nació del agua y del Espíritu, su alma va directo hacia el Señor Jesús, al que la salvó, pero si practica la fe tradicional y no nació del agua y del Espíritu, va hacia dónde van los cabritos.
Lo más precioso que una persona tiene es el alma, y ella es disputada por el infierno y por Dios. Él quiere salvar a todos, pero es una cuestión de decisión personal.