La desunión ataca a miles de familias. Esto se ve reflejado en matrimonios separados, hermanos que viven en discordia, falta de comprensión y diálogo en el hogar. Eso fue lo que vivieron Irma y Gonzalo, quienes llegaron a la Iglesia Universal con su hogar destruido.
“Nosotros nos llevábamos mal, en nuestro hogar había vicios, peleas y maltratos. No sabíamos cómo salir adelante. Teníamos problemas económicos, sentimentales y espirituales. Tocamos el fondo del pozo cuando nuestros hijos nos pidieron un vaso de leche, lo esencial, y no teníamos para darles”, recuerda Gonzalo.
Su esposa, en tanto, señala: “Yo me sentía muy mal. Me sentía abatida porque no encontraba una solución. Estábamos sin trabajo, no teníamos para darles lo básico a nuestros hijos. A raíz de eso, peleábamos demasiado. Él salía a buscar trabajo, pero no lo conseguía. Entonces, yo me enojaba”.
“Llegué por primera vez a la iglesia un domingo. Empecé a escuchar lo que se hablaba. Decían que teníamos que luchar por la familia. Yo pensaba ‘esto es lo que yo quiero’. Nosotros estábamos muy mal en ese momento, ni nos mirábamos. Pero desde ese día comenzamos a participar todas las semanas y la situación comenzó a cambiar”, añade.
“Empecé a ver un cambio en ella. Veía que oraba por la familia”, relata su esposo y agrega: “Noté que algo pasaba porque las cosas empezaron a cambiar. Dije ‘Dios existe’ y, entonces, yo también empecé a luchar por nuestro hogar. No fue de la noche a la mañana, pero los problemas se fueron yendo. En nuestra casa empezó a haber amor, paz, armonía, unión y prosperidad”.
Hoy, felices, aseguran que todo lo malo ya no existe en sus vidas. “Ya no hay peleas, estamos bien económicamente, progresando y con proyectos nuevos. Hoy hacemos lo que nunca hicimos. Nuestra relación es como si estuviéramos de novios, dialogamos y hacemos todo juntos. De estar en la miseria, pasamos a vivir otra realidad. Comemos donde queremos y nos vestimos donde queremos. Dios cambió toda nuestra vida”, subrayan.