Nosotros estamos unidos unos a otros por medio de la palabra.
Hemos cumplido 32 años de casados, y lo que nos unió a Viviane y a mí no fue la telepatía, ni la mirada, ni la apariencia, mucho menos su posición social o dentro de la Iglesia, sino la palabra que yo escuché de su boca y la que ella escuchó de la mía. Nosotros empeñamos la palabra de sacrificarnos, amarnos, cuidarnos, respetarnos y valorarnos uno al otro hasta el último suspiro.
Lo que une a los padres y los hijos es la palabra, no la comida, ni la casa, ni la ropa, sino la palabra que el padre da. Desde su niñez, el niño aprende a respetar, a valorar y a cumplir su propia palabra; para nosotros es educación, pero para Dios es palabra aplicada y valorada.
Lo que une a los empleados y el patrón es la palabra. Cuando alguien no se quiere sujetar a la orientación de la palabra del patrón, no desarrolla su función como debería y termina perdiendo el trabajo. Por otro lado, si la empresa no cumple su palabra y defrauda al empleado, él tiene el derecho de no seguir trabajando allí y la empresa perderá a un buen profesional.
Nosotros vamos a la iglesia y escuchamos al hombre de Dios predicar por medio de la Palabra. Si un hombre de Dios, en la Iglesia Universal, rompe la palabra que empeñó y es mentiroso, adúltero, corrupto, soberbio; si el pastor toca lo sagrado y deja de honrar su propia palabra empeñada a Dios, a su pareja y viceversa, es removido del Altar.
- El Altar no es lugar de hipócritas, sino de sinceros. Usted puede llegar como la persona más pecadora de todo el continente sudamericano, pero, si es sincero, abandona su pecado, sepulta la vieja vida a través del bautismo en las aguas y es bautizado con el Espíritu Santo, un día estará sobre el Altar y podrá predicar, porque vive la Palabra, porque ahora su palabra es una palabra honrada, que está de acuerdo con la Palabra de Dios. Caso contrario, no tendrá ese derecho; podrá usarla para evangelizar, porque está en un proceso de liberación, de conversión y de nuevo nacimiento, pero no para predicar. Para esto, debe ascender a un nivel superior, no de formación académica, universitaria o teológica, sino de años demostrando que vive lo que predica y predica lo que vive.
En la Iglesia Universal, nosotros exigimos que cada uno honre su palabra. Incluso, el Señor Jesús afirmó que el padre de la mentira es el diablo, por eso el engañador no se desarrolla dentro de la Obra. Alguien puede predicar, orar muy bien y cantar muy lindo, pero eso no quiere decir nada, satanás también puede hacer, incluso es el mayor creyente que existe, cree en Dios y tiembla, pero no por eso deja de ser satanás, porque es mentiroso.
Vea lo que dice en el Evangelio de Juan, capítulo 8, del versículo 37 al 43:
“Sé que sois descendientes de Abraham; y sin embargo, procuráis matarme porque Mi Palabra no tiene cabida en vosotros”. Juan 8:37-43
Algunos no aceptan las enseñanzas de Jesús, por ejemplo, la de que Él es la Luz del mundo y que hay que seguirlo para ser alumbrado. Cuando Él le habló a la sociedad de Su época, hace 2000 años, para que aceptaran y obedecieran la Palabra, Lo rechazaron, la Palabra de Dios no tenía cabida en ellos y por eso buscaban matarlo.
Hoy hay personas que hacen lo mismo, escuchan la Palabra, pero no le dan cabida, no la practican, y quieren “matar a Jesús”, ignorando lo que Él les dice, porque piensan que no es para ellos. Lo ignoran, quieren destruir Sus enseñanzas, llegan a la conclusión de que Su mensaje no es para ellas, de que no es tiempo de conocer a Jesús y entregarse a Él.
Sin embargo, el tiempo es ahora. Cuando no le hacemos espacio a la Palabra de Dios en nuestra mente y en nuestro corazón, “matamos” a Jesús, Él deja de existir para nosotros. Las personas “matan” (ignoran) a quien no quieren, a quien no valoran. Cuando se quiere no se mata, se ama, se cuida, se valora, se protege. Hay quienes matan a Jesús ignorando Sus Enseñanzas y rechazándolo como su Señor y Salvador.
“Yo hablo lo que he visto con Mi Padre; vosotros, entonces, hacéis también lo que oísteis de vuestro padre”. Juan 8:38
Él decía que no hablaba por Su cuenta, sino lo que había visto de Su Padre; y que ellos hacían lo que habían visto del padre de ellos. ¿Qué padre era ese? El diablo. Las personas no quieren practicar la Palabra de Jesús porque aún son hijas del diablo, practicantes de la mentira.
“Ellos Le contestaron y Le dijeron: Abraham es nuestro padre. Jesús les dijo: Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham”. Juan 8:39
Ellos solo eran descendientes de Abraham, del pueblo judío que Abraham había iniciado a través de Sara, de Isaac y de Jacob, pero no eran hijos de Dios, porque el hijo de Dios no mata a Jesús, no Lo evita, Lo acepta. Él es nuestro hermano mayor, pero no nos impone aceptar Su Palabra y ser hijos de Dios. Él no hace acepción de personas, pueden ser de la nacionalidad, del color, de la educación o del estatus social que sean, pero para Dios solo hay dos tipos de almas entre los 8 mil millones que hay en el mundo: las salvas y las que aún siguen perdidas por rechazarlo como Padre y ser hijas del diablo, quien les miente y hace que acepten la adicción, el nerviosismo, el egoísmo, la promiscuidad, la violencia y el mal como si fuera algo natural, o como si fuera que Dios las está probando.
Dios no va a probarnos con algo que pone en riesgo nuestra alma; Él prueba nuestra fe, para que vivamos por la fe y no por lo que vemos, sentimos o deseamos, porque Dios, como un buen Padre, no nos da lo que queremos, sino lo que necesitamos, para que maduremos, aprendamos y valoremos.
Entonces, Jesús les dijo que estaban equivocados, que si eran hijos de Abraham hicieran las obras de Abraham.
Para Dios lo más importante es la obediencia, y el que obedece pone en práctica esa obediencia.
- Por ejemplo: ¿Qué era más importante para Dios, Isaac o la obediencia de Abraham?
- La obediencia, por eso le pidió a su hijo, para que materializara su obediencia por medio de los hechos.
- Cuando creemos de verdad, no excluimos las obras, porque la fe sin obras es muerta.
No espere nada de nadie, siga hacia delante, tenga iniciativa. El que está en la línea de batalla son los que dicen: “Estoy listo para morir, pero también para luchar hasta el último suspiro y vencer por mis derechos, por mi alma, por mi familia, por mi nación. No voy a pecar, no voy a mentir, no voy a guardar rencor, no voy a pagar mal por mal, no me voy a corromper, no voy a desertar; aunque muera, voy a morir en el campo de batalla. No voy a salir del Altar, aunque las cosas no sucedan como las he planeado o deseado, porque allí estoy seguro, abrigado y listo para ir al encuentro de mi Señor”.
“Pero ahora procuráis matarme, a Mí que os he dicho la Verdad que oí de Dios. Esto no lo hizo Abraham”. Juan 8:40
Cuando Abraham escuchó que Dios lo llamaba, dijo: “HEME AQUÍ”. Su hijo tenía alrededor de 12 o 14 años, una edad maravillosa, cuando Dios se lo pidió como sacrificio en el monte Moriah. Abraham no necesitó que Dios se lo repitiera, mantuvo su palabra: “HEME AQUÍ”, no preguntó por qué, no dijo nada más. Cuando aún estaba oscuro, se levantó y lo hizo, dio su palabra y no volvió atrás: “No puedo jugar con mi palabra, mi palabra tiene que encuadrar con la Palabra de Dios. El Señor me lo dio y el Señor me lo pide, todo es del Señor”. Por eso Abraham se volvió el padre de la fe, porque valoró su palabra hasta las últimas consecuencias, incondicionalmente, en las buenas y en las malas, en la dificultad y en la prosperidad, en la enfermedad y en la salud, en la tristeza y en la alegría, en la muerte y en la vida.
“Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Ellos Le dijeron: Nosotros no nacimos de fornicación; tenemos un Padre, es decir, Dios. Jesús les dijo: Si Dios fuera vuestro Padre, Me amaríais, porque Yo salí de Dios y vine de Él, pues no he venido por Mi propia iniciativa, sino que Él Me envió”. Juan 8:41-42
En otras palabras: “¿Cómo puede ser que digan que son de Dios si no aceptan la Palabra que les traigo, la cual es de Dios para ustedes?”. Ellos estaban contrariados porque Jesús les había hablado del perdón, del adulterio, de la religiosidad, de la murmuración, de que valoraban más las fiestas y las tradiciones que los Mandamientos de Dios, de que despreciaban a las personas pobres, de que Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y de que nadie llega al Padre si no es por medio de Él. Cuando el ser humano es contrariado, suceden dos cosas: se revela y quiere matar a quien lo contrarió, o reconoce sus errores y cambia.
“¿Por qué no entendéis lo que digo? Porque no podéis oír Mi Palabra”. Juan 8:43
Ellos decían ser de Dios, pero no honraban Su Palabra, decían una cosa y hacían otra, no vivían lo que predicaban; ponían la carga sobre las personas y no querían mover ni un dedo, pensando que Dios no los veía. Dios es Dios, Él no depende de nosotros, nosotros dependemos de Él.
En la Iglesia Universal le decimos la Verdad, por ejemplo: Si usted no tiene al Espíritu Santo, no tiene nada; aunque tenga testimonio de sanidad, de prosperidad o de familia reconstruida, es una persona incompleta, una criatura. Reconozca su verdadero estado y entréguese por completo a Él. La garantía de que está salvo no es la sanidad, la prosperidad o la familia unida, sino el sello del Espíritu Santo, que solo recibirá cuando esté vacío de sí mismo, cuando acepte la Verdad de Dios y la verdad con respecto a sí mismo: “Tengo que cambiar mi manera de mirar a los demás, de hablar y de juzgar; tengo que cambiar este corazón viejo, vengativo, soberbio y promiscuo; tengo que cambiar mi mirada hacia la Obra de Dios, hacia los propósitos y hacia la Palabra de Dios; tengo que dejar de buscar una excusa que justifique mi desobediencia”.
La Iglesia sigue sin usted y sin mí, somos nosotros los que necesitamos la Iglesia.
Valore, respete la Palabra de Dios y tenga cuidado con su palabra. Jesús dijo que no rendiremos cuenta de nuestros pensamientos, porque malos pensamientos surgen en la mente de todos, y nos corresponde a cada uno elegir si los aceptaremos o no, sino que rendiremos cuenta de nuestras palabras, porque antes de hablar debemos pensar en las consecuencias de lo que diremos.
El Altísimo quiere hacer mucho más que bendecirlo, Él quiere habitar en usted, pero eso solo sucede cuando el Espíritu Santo entra y lo transforma en un hijo de Dios.
El Señor nunca desampara a los que Lo sirven honrándolo con las primicias, con las ofrendas, con su sacrificio, porque ellos honran su propia palabra. La honra no empieza en lo que hace, sino en lo que dice, y esto se refleja en lo que hace.
Dios pide el diezmo para que materialicemos la fidelidad, las ofrendas para que materialicemos la gratitud y el amor, y el sacrificio para que materialicemos la dependencia, porque, cuando sacrificamos, quedamos en la dependencia de Dios.
Pídale perdón a Dios si defraudó su propia palabra, resuelva este problema con Él y después con las demás personas, y comience a honrar su palabra.
Obispo Júlio Freitas