Lo que logramos o conquistamos en este mundo no es lo que tiene verdadero sentido para Dios. Tampoco lo que creemos saber, adquirimos en conocimiento o el nivel social e intelectual que alcanzamos.
En este mundo, se valora a las personas por lo que poseen, la influencia que tienen o los bienes que conquistaron. Sin embargo, en el Cielo, lo que realmente importa es la renuncia que cada uno hizo por obedecer, por creer en Él, los amigos que perdió y los sacrificios estuvo dispuesto a hacer por escuchar la voz de Dios.
En otras palabras, lo que dejamos atrás es lo que verdaderamente importa para Dios, porque eso es lo que nos identifica con Él.
Nuestras renuncias revelan cuánto valoramos y consideramos importante para alcanzar la nueva vida que solo el Espíritu Santo puede darnos.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga Vida Eterna” (Juan 3:16).
Hasta el mismo Dios, para salvar nuestra alma y perdonar nuestros pecados, renunció a lo que más amaba, sacrificando a Su Hijo. Por eso, hoy tenemos la oportunidad de cruzar el Jordán y entrar en Su promesa. No obstante, para lograrlo, debemos dejar atrás cosas, personas, costumbres, inclinaciones, orgullo y a la vieja criatura con sus delitos y pecados.
Es precisamente a lo que renunciamos lo que nos da el derecho de ser reconocidos delante de Dios y alcanzar la nueva vida que Jesús promete.
Como está escrito:
“Fueron apedreados, aserrados, tentados, muertos a espada; anduvieron de aquí para allá cubiertos con pieles de ovejas y de cabras; destituidos, afligidos, maltratados (de los cuales el mundo no era digno), errantes por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas de la tierra…” (Hebreos 11:37-38).
No fueron comprendidos ni aceptados en este mundo, pero fueron recibidos como héroes en el Cielo, por lo que fueron capaces de sacrificar y renunciar para conquistar la Salvación de sus almas.
Que Dios los bendiga.
Pr. Ogue Santos – Unife TV, AR