Desde pequeño, Carlos sufría de epilepsia. “A medida que crecía, todo era más complejo, mi vida era un caos. Los médicos decían que no podía sonreír, ni estar muy contento, ni muy triste porque podía convulsionar. Eso llevó a mi mamá a buscar ayuda en lugares equivocados, pero no funcionó”, relata.
Él asegura que era un muchacho que buscaba tener una vida sana, pero los ataques “eran una traba” y agrega: “En una oportunidad, la convulsión fue tan fuerte que estuve cinco días en coma”.
“Los médicos me dijeron que debía tomar una medicación de por vida. Sin embargo, valía tres veces más de lo que yo ganaba en el mes, era una tortura comprarla. Buscaba salir adelante, pero mis empleos solían durar tres meses. Así estuve durante mucho tiempo. Siempre me tenían que ayudar, me prestaban dinero y eso me traumaba”, detalla.
Tiempo después, Carlos conoció a quien hoy es su esposa, pero había conflictos en la relación. Al respecto, señala: “Nos llevábamos muy mal. No teníamos respeto ni comprensión, vivíamos peleando, sentíamos celos y desconfianza”.
Pero eso no era todo, la familia creció y, con ella, las dificultades económicas. “Mi mamá me ayudaba a comprar los pañales para mi hija. Frente a todo eso, me decía a mí mismo: ‘¿Qué más me puede pasar? En vez de ir sumando, voy restando’”, recuerda.
Hasta que un día su suegra lo invitó a asistir a la Iglesia Universal. Carlos comenta: “Llegué por primera vez a una reunión de viernes y me sentí bien al salir de ese lugar. Desde entonces, mi vida empezó a cambiar”.
Fue allí donde Carlos aprendió a poner en acción la fe. “Determiné que la enfermedad nunca más iba a estar en mi vida, que me iba a sanar y, después de eso, nunca más tuve una convulsión. Hoy estoy tranquilo, feliz, tengo una vida normal que antes no podía disfrutar”, expresa con una sonrisa.
“Recibí el Espíritu Santo y mis actitudes, mi forma de pensar y de actuar se transformaron al cien por ciento”, señala y añade: “Entonces, me di cuenta de que podía ser el dueño de mi emprendimiento. Dios me dio la inspiración para poder abrir una ferretería y se convirtió en la que más vendía en la zona, los clientes hacían una cuadra y media de fila”.
Así, Carlos pasó de no tener trabajo y depender de los demás a ser una persona próspera. “Hoy, por más que haya problemas, el negocio sigue creciendo. El trabajo no para. Si con mi familia queremos salir a comer varias veces en la semana, lo hacemos. No tenemos de qué preocuparnos. Dios abrió las puertas de una forma que yo no imaginaba. Además, tengo una casa muy bonita”.
En cuanto a la relación con su esposa, ahora fluye el amor. “Nos llevamos bien, tenemos un matrimonio restaurado y somos felices”, señala.
“Para mí, el Espíritu Santo representa lo máximo, lo mejor que me pudo haber pasado en la vida. Tengo la certeza de que en todo me va a ir bien”, concluye.
Él asiste a la Iglesia Universal ubicada en Av. Pdte. Perón 25.762, Merlo, Bs. As.