Fuera de sí, la persona impulsiva antepone el impulso de las emociones falibles a la razón
¿Confiarías en tu impulsividad? En una milésima de segundo entre esta pregunta y tu respuesta, caben infinidad de pensamientos y, ciertamente, lo que sería más razonable decir es un rotundo “no”. En el corazón de la impulsividad se encuentra la parte más oscura de nuestro ser, la que es incoherente e irracional. Separados de sí mismos, quienes sucumben a la impulsividad anteponen ingenuamente el impulso de emociones falibles a la razón y, una vez apoyados en sus propios caprichos, voluntades e inutilidades, desdeñan las consecuencias que pueden ser desastrosas.
Puede ser que la impulsividad se presente como un aparente refinamiento, ya que calma los pensamientos intrusivos, nos anima a poner a prueba nuestros propios límites y desafía el sentido común. En este sentido, no faltan ejemplos para configurar un acto impulsivo, pero los más comunes son la promoción de opiniones irreductibles, un temperamento explosivo, que más parece una granada, y un genio indomable. Cualquiera de ellos surge por falta de pensamiento antes de actuar. Cuando las emociones son intensas, salen irreflexivamente de la boca palabras que, cuando se incrustan en el alma de quienes las escuchan, son potencialmente mortales y capaces de infundir un dolor intolerable. No en vano, en Proverbios 20:25 leemos que “la obligación es decir apresuradamente (…)”, pues esta precipitación conduce a frases, conclusiones y juicios que no podemos transformar fácilmente.
En Proverbios 19:2 hay otra advertencia: “Tampoco es bueno para una persona carecer de conocimiento…”, lo que también refuerza la idea de que “peca quien es precipitado”. Traicioneramente, la impulsividad tiene el poder de convencer a la persona de cometer los deslices conocidos como “pecado de oportunidad”: aquel cuya apariencia de imperdible ciega el entendimiento y seduce hacia la consumación de lo malo. Por otro lado, en Proverbios 13:16 se nos aconseja que
“Todo hombre prudente obra con conocimiento, pero el necio ostenta necedad”. Proverbios 13:16
Asimismo, en Génesis 4:5-8 se narra el episodio en el que Caín se enfureció profundamente
“y su semblante se demudó”. Génesis 4:5
En la continuación de esta historia, se impone la advertencia de que
“… el pecado yace a la puerta y te codicia, pero tú debes dominarlo”, Génesis 4:7
y aun así, de manera irredimible,
“… Caín dijo a su hermano Abel: vayamos al campo. Y aconteció que cuando estaban en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató”. Génesis 4:8
El atroz impulso de Caín no solo desfiguró el ideal divino planeado para él, sino que también lo desfiguró a él mismo, pues terminó siendo
“…maldito de la tierra, […] vagabundo y errante…” (Génesis 4:11-12).
En el Nuevo Testamento vemos que los discípulos, indignados por el rechazo de los samaritanos, sugirieron impulsivamente al Señor Jesús:
“… Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo y los consumas? Pero Él, volviéndose, los reprendió, y dijo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois,… (Lucas 9:54-55).
Otro ejemplo es el de Simón Pedro, quien, descontrolado, desenvainó su espada
“…e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco”. (Juan 18:10).
Es decir, la impulsividad puede instigar a cualquiera de nosotros. No obstante, resulta, como mínimo, sorprendente que alguien que se considera cristiano insista en permitir que aflore su naturaleza impetuosa, porque se espera que sus decisiones se basen en la Palabra de Dios. Estas personas actúan así porque fueron convencidas por cambios respaldados en bendiciones, sin comprender que solo por medio del Espíritu de Dios es posible transformarse a Su imagen y semejanza, lo cual se refleja en sus acciones y reacciones. La persona impulsiva, por lo tanto, demuestra que su confianza en Dios es insignificante: unas veces se apoya en lo que Él dice, otras veces busca asegurarse por sí misma.
Por otro lado, quienes tienen el ADN celestial poseen en sí las virtudes del Espíritu y gozan de dominio propio (Gálatas 5:22). En ellos hay moderación, equilibrio, buen juicio, control y sobriedad. Vale recordar que el Espíritu Santo tiene el papel de guiarnos, y nosotros, el de obedecerle.
Una nueva versión
Aunque Pedro actuó con la intención de defender al Señor Jesús y probar su lealtad, tomó la espada e hirió al siervo del sumo sacerdote. Su acción irreflexiva, imprudente y errónea evidenció que no estaba preparado. Aparentemente, Pedro se mostró celoso, pero al usar la espada, solo reveló su impulsividad. Después de todo, momentos más tarde negaría al Señor cuando algunos siervos lo confrontaron (Juan 18:18-25).
Sin embargo, Pedro fue restaurado maravillosamente por el Señor Jesús, como se observa en Juan 21. Además, cuando se cumplió la venida del Espíritu Santo, Pedro (quien cortó la oreja de Malco) se convirtió en un hombre nuevo y dejó atrás su historial de inconstancia en la fe y en sus emociones. En su predicación, más de tres mil personas
“… compungidos de corazón, dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: Hermanos, ¿qué haremos? (Hechos 2:36-37).
Pedro vacío hirió solo a un Malco, pero el Pedro lleno del Espíritu Santo hirió a tres mil personas.
“Entonces los que habían recibido Su Palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil almas”. (Hechos 2:41).
Con un solo mensaje, Pedro, lleno del Espíritu Santo, llevó al arrepentimiento y a una nueva vida a tres mil personas de una sola vez. No hubo discusiones, confrontaciones ni espacio para las emociones, solo para la fe inteligente.
Nuestro espíritu, nuestras fragilidades y nuestras reacciones impulsivas pueden, de hecho, ser dominadas. Cuando el espíritu humano es más fuerte que los deseos del corazón, es capaz de controlar sus voluntades e impulsos. ¿Cómo mantenerlo más fuerte que el corazón? La respuesta está en una palabra: decisión. Decidí no dejarte llevar por la irritación. Decidí no ser controlado por el nerviosismo. Decidí no ser esclavo de tus impulsos. Decidí no estar encadenado a los vicios. Decidí no caer en la tentación. Decidí ser más fuerte que lo que te hizo tropezar. Fortalecé tu espíritu conectándote con el Espíritu de Dios. Esa conexión te da fuerzas para vencer lo que parezca más grande que vos. Lo que sea demasiado difícil para que hagas solo, Él lo hará por vos. Un paso tuyo, un paso de Dios. Con tu espíritu controlado, será mucho más fácil resolver cualquier problema.
Se puede cambiar
Aunque tenemos impulsos debido a nuestra condición humana, es la nueva criatura –generada por el Espíritu Santo– la que logra resistir. Someterse al consejo Divino nos libra de cualquier trampa impulsiva que viene como un “regalo” con las motivaciones. En Él están todas las respuestas para saber cómo actuar y tomar decisiones correctas. Solo es cuestión de priorizarlo.