Tercer domingo bajo el Abrigo del Altísimo, en la Sede Nacional de Argentina, donde fuimos fortalecidos con dirección, fe y protección.
Diré yo al Señor: Refugio mío y fortaleza mía, mi Dios, en quien confío. Salmos 91:2
Existe un cazador interno y externo que busca devorarnos. La condición para que Dios nos proteja, es que nos abriguemos en Él.
Muchos, por seguir esa peste destructora, perdieron dos de las cosas más preciadas: la buena consciencia y la paz.
Estando con Dios, siempre estaremos guardados y protegidos en Su verdad. Él es nuestro abrigo, escudo y baluarte.
«Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Danos hoy el pan nuestro de cada día. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria para siempre jamás. Amén». Mateo 6:9-13
Jesús nos enseña que, mientras estemos en la Tierra, debemos vivir en el Reino de Dios como miembros de una familia.
Aún cumpliendo correctamente con las normas y leyes, a veces es difícil hacer valer nuestros derechos. El reino de los hombres es injusto, pero el de Dios es todo lo contrario.
Todos son llamados, pero pocos son los elegidos. ¿Quiénes son? Aquellos que toman la desición de cumplir las leyes del Reino de Dios.
Dentro de Su Reino, tendremos problemas y seremos odiados por el mundo, pero no estaremos solos, porque Jesús siempre estará con nosotros.
Lo que nos hace vencer a nuestros enemigos internos (duda, ansiedad, miedo, maldad, violencia) es la fe, porque por ella somos justificados.
Tenemos que considerar a Dios como un Padre. Él quiere que Santifiquemos Su Nombre teniendo un carácter Verdadero, guardando nuestro corazón. Haciendo esto estamos exaltando lo bueno y reprendiendo lo malo.
Cuando somos ciudadanos del Reino, las palabras negativas de los demás no nos afectan, porque lo que habita en nosotros es Su Palabra.
No tenemos que poner nuestras ansiedades por encima de nuestras necesidades. De lo contrario, terminaremos preocupados, frustrados y cansados.
No hay pecado que Dios no perdone. Mientras hay vida, hay esperanza, porque siempre estará la oportunidad de arrepentirse.