Muchos hombres son conocidos por estar eternamente insatisfechos y exigir exageradamente de los demás y de sí mismos; lo que termina alejando a las personas a su alrededor
Es verdad que debemos buscar la excelencia en todo lo que hacemos y que siempre hay algo que puede perfeccionarse, pero muchos hombres nunca están contentos con nada. Viven como si fueran contratados para analizar todo y hacer un informe de lo que está mal. Son demasiado críticos con todos a su alrededor y en cualquier ambiente en el que estén. Estos se rehúsan a aceptar cualquier falla, sea de los demás, o de ellos mismos. En resumen: son cascarrabias.
Los que solo se quejan son conocidos como murmuradores de oficio, arrogantes, nada modestos, intransigentes, difíciles de lidiar y desmotivadores. Esto es malo para los que están cerca de ellos y también para el quejumbroso, porque ser demasiado crítico les impide ver el lado bueno de las cosas y entender que todo puede cooperar para el bien, incluso lo que no salió bien.
Dejá de quejarte
Dejar de ser quejumbroso no significa que deberás aceptar la mediocridad, si no ser comprensivo con la situación y, si no tenés una palabra edificante, es mejor mantenerse en silencio.
Siempre mirá el lado bueno
El Señor Jesús no murmuró cuando recibió cinco panes y dos peces para alimentar una multitud; por el contrario, agradeció, aprovechó lo que tenía y trabajó por lo que era mejor.
Por lo tanto, seguí Su ejemplo y tené buenos ojos en cualquier situación, tanto en las que te involucran a vos como en las que involucran a otras personas. Esta postura iluminará tu entendimiento y permitirá que aproveches las experiencias.
“Él que guarda su boca, preserva su vida; el que mucho abre sus labios, termina en ruina”. Proverbios 13:3
¿Por qué te destruirías?
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