«Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibiréis la Recompensa de la Herencia. Es a Cristo el Señor a Quien servís». Colosenses 3:23-24
La palabra hebrea “avodah (ah-vod-ah)” se traduce en la Biblia King James (en inglés) como trabajo y adoración.
Sin embargo, una traducción más adecuada, cuando nos referimos al trabajo, es servicio.
En otras palabras, Dios espera que Sus hijos, los Ciudadanos de Su Reino, hagan todo —y desempeñen su trabajo— como si fuera para Él. Porque, de esta manera, aunque el trabajo sea secular, si es realizado con honestidad, responsabilidad y dignidad, Dios lo recibe como adoración.
Para simplificar: el trabajo, por más sencillo que sea, NO debe ser visto como una carga o una mera obligación. Tampoco debe estar acompañado de quejas, murmuraciones o maldiciones. Debe verse como una forma de adoración al Creador, Quien nos ha dotado de inteligencia, salud, fuerza y materia prima para que desarrollemos al máximo nuestra capacidad.
El significado de esta palabra y la similitud entre ambos conceptos deja en claro que, a los Ojos de Dios, nuestro trabajo es adoración, porque no lo realizamos únicamente para cubrir nuestras necesidades o buscar beneficios materiales, sino como una ofrenda hacia Él.
Esto implica que el lugar donde trabajamos también es lugar de Dios. Allí debemos interactuar con Él, pidiéndoLe Su sabiduría, paciencia, fuerza y Bendición para realizar el trabajo con excelencia. Incluso, podemos hablar de Dios en el ámbito laboral por medio de nuestra conducta, así como lo hacemos en el hogar o en la Universal.
“A aquel, pues, que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es pecado”. Santiago 4:17
Mientras trabajamos, debemos tener presente que no estamos sirviendo solo a un patrón, jefe o empleado, sino al Altísimo. Cada uno sabe cuáles son sus responsabilidades —lo bueno que debe hacer—, sea que alguien lo esté observando o no. Si no lo hace, peca a los ojos del Justo Padre y es reprobado por Él.
Por ejemplo, entre las responsabilidades cotidianas en el trabajo se incluyen:
- Mantener el sector limpio y organizado.
- Llegar a horario, demostrando puntualidad y compromiso.
- Cuidar las relaciones interpersonales, manteniendo una buena convivencia con compañeros, superiores y subordinados.
- Respetar a todos, desde los subordinados hasta quienes ocupan los cargos más altos.
- Vestirse adecuadamente, conforme a las normas y a la dignidad del rol que se ocupa.
- Actuar con honestidad y responsabilidad, incluso cuando nadie esté observando.
- Buscar la excelencia en cada tarea, sea grande o pequeña, como si fuera para el propio Dios.
Por eso, el lugar de trabajo debe ser un espacio de adoración silenciosa, pero activo, a través de un servicio prestado con fe, amor y dedicación. Un lugar donde podamos expresar comunión con Jesús tanto con palabras como con hechos.
Tal vez algunos de ustedes ya me hayan escuchado rogándoLe a Dios, al Padre Celestial, una y otra vez, durante la Consagración de los Ciudadanos del Reino de Dios, el primer domingo de cada mes, para que dote a Su pueblo con esta trinidad:
- Inteligencia: para que desarrollen sus talentos y habilidades; para que sepan servir, comprar, vender, invertir y negociar.
- Salud: para dar lo mejor en todo lo que hagan, actuando con vigor, prontitud, bienestar físico, disposición y diligencia.
- Fuerza: para concluir todo lo que comiencen —y lo que comenzarán— con excelencia, perfección, responsabilidad y criterio. Porque no se puede hacer nada a medias o incompleto. Nuestra responsabilidad es terminar aquello que iniciamos a lo largo de nuestra vida.
Así, llegamos a la conclusión de que todo lo que hacemos debe ser hecho de todo corazón y en espíritu de oración, para que Dios sea alabado a través de nuestro servicio y de nuestro trabajo delante de todos. Porque Él es Creador, Padre y Señor, Dueño de todas las almas y de todas las cosas.
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Obispo Júlio Freitas
¡Nos vemos en la IURD o en las Nubes!