El Señor Jesús fue a la casa de Pedro y de Andrés, y encontró a la suegra de Pedro en cama con fiebre.
Inmediatamente, nuestro Señor la tomó de la mano y la sanó. Ya recuperada, la mujer se levantó y comenzó a servir a todos.
Esa fiebre pudo haber sido causada por una gripe o incluso ser la señal de un mal mayor. Pero no importa: Jesús sana problemas simples y problemas graves.
El eficaz poder de Dios es el mismo para sanar fiebres que para sanar cánceres, enfermedades autoinmunes, parálisis o cualquier otra enfermedad.
Normalmente, tenemos la tendencia de buscarlo solo cuando estamos ante una enfermedad que implica peligro o que no tiene solución.
Pero, en la sanidad de la suegra de Pedro, vemos que Él quiere socorrernos en todo momento y de cualquier cosa. Solo necesitamos creer y acudir a Él.
Y las promesas divinas en cuanto a nuestra salud son para esta vida, porque en la eternidad ya no habrá más enfermedades. No necesitaremos hospitales, médicos, cirugías, procedimientos dolorosos en nuestro cuerpo, quimioterapia, analgésicos, antibióticos… ni oración ni aceite ungido.
Se nos ha prometido que recibiremos un cuerpo glorificado, que será infinitamente superior al que tenemos hoy.
Sin embargo, por ahora, habitamos en un cuerpo frágil y susceptible a virus, bacterias, hongos, disfunciones, fallos, rupturas…
Pero nunca podemos olvidarnos de Aquel que puede tomarnos de las manos y levantarnos de nuestros dolores más profundos.
Entonces, quien invita a Jesús a su vida nunca quedará solo.