Los sobrevivientes de los Andes no tenían voluntad y no les gustaba comer carne humana, pero tenían hambre, y cuando la persona tiene hambre no existen límites: paga lo que tenga que pagar, hace lo que tenga que hacer. Dieciséis de los 45 pasajeros del avión que cayó en los Andes en la década de los 70 solo sobrevivieron porque comieron carne humana.
El Señor Jesús dijo:
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.” Mateo 5:6
Lo que caracteriza a la persona que tiene hambre y sed de justicia es la obediencia a la Voz de Dios, no importa lo que tenga que ser hecho; si tiene voluntad o no; la decisión que tenga que tomar; si tiene que abandonar a alguien; lo que va a perder; a quién no le va a gusta; en fin. Quien tiene hambre no pierde tiempo con la opinión de los demás porque el hambre es individual, es decir, nadie come por mí y yo no como por nadie.
Existen dos personajes en la Biblia que muestran la diferencia entre el hambre y la religiosidad:
El joven rico, a pesar de tener dinero y observar los mandamientos, sabía que le faltaba algo, nada era suficiente para saciarlo. El Señor Jesús sabía exactamente cuál era el problema y lo mandó a sacrificar, pero, porque no tenía hambre, se fue triste; él no tenía fuerza para obedecer.
El religioso sabe lo que tiene que hacer, pero le falta hambre, entonces entra el sentimiento, la emoción y las excusas.
Zaqueo no tenía la simpatía del pueblo. Era cobrador de impuestos, tenía baja estatura y era ladrón, pero el hambre lo hizo subir a un árbol y después bajar de prisa cuando fue llamado por el Señor Jesús. Cuando hay hambre, no se demora; el hambre no espera y no acepta excusas. No fue necesario que el Señor Jesús mostrara o mandara, Zaqueo sabía lo que tenía que hacer y lo hizo. Decidió corregirse con Jesús, no esperó a que el alborozo acabara, no quiso tiempo para pensarlo mejor, para conversar primero con la familia, ¡no! Él estaba con hambre y fue todo muy rápido, pues el Señor Jesús dijo: “Hoy hubo Salvación en esta casa”. Él se sació como nunca había sucedido.
Cuando la persona es religiosa, no tiene fuerza para vivir en la disciplina del Reino de los Cielos, consecuentemente, aun con toda buena intención, la única certeza que tiene es que siempre está faltando algo, y los culpables están por todas partes.
Cuando la persona tiene hambre y sed de justicia (Dios), tiene fuerza para actuar, tomar decisión, caminar con sus propias piernas y dejar lo que es incorrecto, como el pecado, las cosas y las personas que le impiden saciarse y ser fuente generadora de vida a través del bautismo con el Espíritu Santo.