Cada vez que Dios quiso usar a una persona para un propósito, Él envió un sacerdote para consagrarla con el óleo de la unción. De esa manera, la capacitaba para lo que tenía planeado hacer por medio de ella. Así fue con David, Aarón y otros.
David era un niño cuando Dios lo eligió para ser el nuevo rey de Israel. A los ojos de su familia y del profeta Samuel, designado para ungirlo, no tenía condiciones ya que era un pastor de ovejas. En cambio, sus dos hermanos, eran hombres de guerra, experimentados e integraban el ejército del rey Saúl.
La postura de David cambió completamente después de que recibió la unción. Eso fue porque tuvo consciencia de lo que iba a recibir y ya no se dejó intimidar por la opinión de los hermanos. Él tomó posesión de la autoridad que le había sido dada.
Eso se notó en la forma en la que reaccionó cuando supo que Goliat había enfrentado al ejército del Dios vivo.
Aunque, no había sido coronado, su postura era la de un rey, ya que tenía lo más importante: la unción.
En su blog, el obispo Julio Freitas explica que David conocía su responsabilidad: “Él asumió la condición de ungido y es eso lo que Dios quiere para que no se pierda ni se aparte”.
Autoridad
Con Aarón no fue diferente, antes de ser ungido, solo era el hermano de Moisés. Pero después de la consagración, empezó a ser visto como el sacerdote del Altísimo. Él era el hombre que tenía el privilegio de entrar en el Santo de los Santos y de hablar con Dios cara a cara. Eso es tener la unción de Dios.
“La unción cambia su condición, su forma de actuar, de decidir y de vivir. Si eso todavía no le sucedió, es porque se está autoexcluyendo de los planes maravillosos de Dios”, enfatiza el obispo Julio.
“La unción de Dios significa su autoridad”, destacó el obispo Macedo. Los discípulos, aunque no tenían el Espíritu Santo, recibieron Su autoridad:
“He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará.”, (Lucas 10:19).
Si usted no ha hecho uso de la autoridad que Dios le confirió, renueve su fe y asuma la postura de un ungido.
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