La riqueza adquirida fraudulentamente, genera una herencia maldita. Cuando se hereda la maldición, todas las áreas de la vida resultan perjudicadas y no hay nada que garantice librarlo de esa maldición.
Este es un espíritu maligno que tiene autoridad sobre los que viven en el pecado. Solo se puede escapar haciendo un pacto con Dios y obedeciendo Su palabra.
Cuando alguien logra bienes o cualquier otra cosa asociada con el mal, los espíritus de maldición controlarán la vida de esa persona. Como dice la profecía: “¡Ay del que codicia injusta ganancia para su casa, para poner en alto su nido, para escaparse del poder del mal!”, (Habacuc 2:9).
Recuerde al rico que pensó: “Y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?”, (Lucas 12:19-20).
De hecho, no importa cuán rica y poderosa sea una persona, si la riqueza fue generada de forma injusta, será maldita y esta se perpetuará en la vida de esa familia, por siempre.
Ese es el efecto generado por Adán y Eva que, desde su pecado, han promovido la muerte a todas las generaciones.
El espíritu de la maldición es el espíritu de pecado, de injusticia, de rebeldía a la palabra de Dios. En cambio, el Espíritu de la bendición, de la justicia, de la sumisión y de la obediencia a las Sagradas Escrituras, garantiza la protección contra todo mal.
“… así la maldición nunca vendrá sin causa.”, (Proverbios 26:2).
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