Esaú y Jacob eran hijos gemelos de Isaac y Rebeca. El primero en nacer fue Esaú, por eso era de él el derecho de primogenitura, que consistía en recibir del padre todo poder y autoridad, tanto espiritual como humana. Después de la muerte del padre, el hijo primogénito pasaba a ser el cabeza de la familia, teniendo, inclusive, derecho a una parte mayor de la herencia. Isaac había recibido esa bendición de su padre, Abraham, y tenía que pasársela a Esaú.
La Biblia relata que Esaú era un eximio cazador y el preferido del padre, mientras que Jacob era más pacífico y más amado por la madre.
Teniendo Isaac edad avanzada y no pudiendo ya ver, llamó a su hijo mayor y le pidió que saliera a cazar y le preparase un guisado sabroso para que, después de comerlo, lo bendijera. (Génesis 27:2-4). Rebeca, mientras tanto, oyendo la conversación trató inmediatamente de ordenarle a Jacob que hiciera lo mismo, para que él llegara primero y recibiera la bendición en lugar del hermano.
El obispo Clodomir Santos aclara que Rebeca hizo eso porque Dios ya se lo había revelado, cuando aún estaba embarazada, que dentro de su vientre había dos naciones poderosas y que el hijo mayor sería siervo del menor. Entonces, viendo que Isaac bendeciría a Esaú, ella decidió actuar por cuenta propia, pero actuó precipitadamente, porque ciertamente la Palabra de Dios se cumpliría independientemente de la intervención de ella.
“Porque por la revelación que Dios le había dado a ella, ese derecho ya era de Jacob”, explica el obispo. Además, Esaú ya había perdido ese derecho cuando decidió vendérselo a Jacob a cambio de un plato de lentejas. (Génesis 25:31-34). Pero, movida por las circunstancias y viendo cuán despreciado y rechazado por el padre era Jacob, debido a no poseer tantos talentos como el hermano, ella terminó induciendo a Jacob al engaño.
¿A quién llama Dios?
Lo que ella no sabía, sin embargo, es que Dios llama justamente a los rechazados y a los sufridos. “A aquellos que por sí solos no tienen la mínima condición de salir de la situación de vergüenza en la que se encuentran”, afirma el obispo, destacando que Dios había llamado a Jacob desde su nacimiento – y así ha sido con muchos, hasta hoy –, pero durante mucho tiempo él postergó la obra que Dios quería realizar en su vida.
Como Jacob, muchos han interrumpido la obra que Dios estaba haciendo o iba a hacer en sus vidas debido a que rechazaron a la voz de la fe y obedecieron a la voz de la duda y del miedo. Inevitablemente terminan perdiéndose.
A causa de esa actitud, Jacob tuvo que huir de su casa, porque el hermano quería matarlo. Y de la misma forma que él engañó, fue engañado. Durante 20 años fue humillado, avergonzado y cargó consigo la culpa. Sin embargo, aunque usurpó la bendición de Esaú, prosperó y tuvo experiencias grandiosas con el poder de Dios, debido a que creía en la promesa que había recibido.
“Pero él era un hombre perturbado, tenía la mente y el corazón dominados por el miedo. Su conciencia lo condenaba día tras día. Él luchó toda la vida para tener la familia y los bienes que poseía, pero, aun frente a esas conquistas, no se sentía realizado. Aun siendo de éxito materialmente hablando, Jacob vivía amedrentado, con el recelo de perder su propia vida y todo lo que había construido, porque sabía que había construido todo sobre arena”, dice el obispo, añadiendo: “¿acaso su vida delante de Dios ha sido así? Usted da el diezmo, da la ofrenda, viene a la iglesia, ora, lee la Biblia, pero en su interior usted sabe que no es de Dios, porque vive en el engaño y en el pecado. El Espíritu Santo le ha hablado a su conciencia porque no quiere que usted se pierda. Él quiere hacer una obra completa en su vida, proporcionarle una alegría real y verdadera: la alegría de la Salvación.”
Bendición espiritual
El obispo Clodomir aclara además que todo ser humano tiene dentro de sí, colocada por el propio Dios, la noción de Eternidad. Jacob sabía que su alma estaba perdida y, por eso, cuando se vio delante del ángel y luchó con Dios, Le dijo que no Lo soltaría mientras no lo bendijera. (Génesis 32:24-29). Pero la bendición que él quería no era más la material, era la espiritual, pues tenía consciencia de que nada de lo que conquistara era suficiente para proporcionar lo que solo un alma salva tiene: paz.
Aquel día, en el Vado de Jaboc, Dios cambió el nombre de Jacob por Israel y, principalmente, la historia de la Eternidad de su alma.
“Dios quiere cambiar la historia de la Eternidad de su alma y, si Él la cambia, toda su historia de vida cambia.”
Cuando Jacob se encontró con el hermano ya se había transformado en un nuevo hombre, por eso dijo: “Acepta, te ruego, mi presente que te he traído, porque Dios me ha hecho merced, y todo lo que hay aquí es mío. E insistió con él, y Esaú lo tomó.” (Génesis 33:11). Antes de la lucha en el Vado de Jaboc, nunca había dicho esas dos cosas: “mi presente que te he traído” y “todo lo que hay aquí es mío”. “Cuando él le dijo eso a Esaú, en verdad, estaba diciéndole: ‘Recibe mi pedido de perdón. Recibe lo que recibí de Dios.’”
Usted solo tendrá todo cuando resuelva su mayor problema: el de su alma.
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