Abraham obedeció a Dios en un momento extremadamente difícil. En cambio, Isaac, por su predilección por Esaú, deseaba bendecir a quien Dios había rechazado.
El comportamiento de Esaú era horrible, ya que rechazaba todo lo espiritual y puro, para vivir de forma profana y carnal.
Sus pecados fueron muchos, uno de ellos fue ignorar los preceptos de Dios y casarse con mujeres extranjeras que no Lo servían.
Isaac conocía la profecía, que decía que el hijo mayor serviría al menor. Dios se lo había hecho saber a Rebeca cuando estaba embarazada. Pero a pesar de eso, él continuaba deseando darle la bendición de la primogenitura a Esaú. La misma que él ya había negociado con Jacob por un plato de lentejas.
Isaac mostró que, en ese momento perdió la visión. De hecho, se menciona que apenas podía ver con sus ojos físicos y menos con sus ojos espirituales.
Como patriarca, tenía que entregar el cayado al que lo sucedería. Sin embargo, ante tamaña responsabilidad espiritual, no le correspondía hacerlo conforme a su deseo personal. Incluso porque sabía que el Altísimo, ya había elegido a Jacob. La vida es así, mientras algunos están dispuestos a obedecer al Señor, otros terminan viendo que Su palabra se cumple a como dé lugar.
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