Esaú y Jacob fueron los hijos gemelos de Isaac y Rebeca. El primero en nacer fue Esaú y por eso, tenía el derecho a la primogenitura, que consistía en recibir la autoridad, tanto espiritual como humana.
La Biblia relata que el hijo mayor era un eximio cazador y el preferido de su padre, mientras que Jacob era el más amado de su madre.
Cuando Isaac se volvió anciano y ya no podía valerse por sus medios, llamó a su hijo mayor y le pidió que saliera a cazar y le preparara un guisado, para comerlo y luego bendecirlo, (Génesis 27:2-4). Rebeca escuchó la conversación y trató de que Jacob llegara primero.
El obispo Clodomir Santos habla sobre el tema: “Dios le había revelado a Rebeca que el derecho era de Jacob. Pero movida por las circunstancias y viendo que Jacob era despreciado por su padre, lo indujo a engañarlo”.
Después de eso, Jacob tuvo que huir de su casa, porque su hermano lo quería matar. Durante 20 años fue humillado y cargó dentro de sí la culpa. Mientras usurpó la bendición de Esaú, prosperó porque creía en la promesa. “Luchó toda su vida para tener la familia y los bienes, pero no se sentía realizado, porque había construido todo sobre la arena. Él era un hombre perturbado, tenía la mente y el corazón dominados por el miedo.
Quizás su vida es así, usted viene a la iglesia, pero sabe que vive en el engaño y en el pecado. El Espíritu Santo no quiere que usted se pierda, sino que quiere darle la alegría de la salvación”, dice el Obispo.
Jacob luchó con el ángel y le dijo que no lo soltaría hasta que le diera la bendición que quería. Ese día Dios le cambió el nombre de Jacob a Israel. Por eso, cuando se reencontró con su hermano, era un hombre nuevo. Esto quiere decir que podrá tener todo cuando resuelva su mayor problema: el de su alma.
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