“Grande es el Señor, y Digno de suprema alabanza; y Su grandeza es inescrutable.” Salmos 145:3
No podemos relacionarnos con Dios sin prestarle el respeto y la honra que es debida a Su Santísimo Nombre.
Aquel que reconoce Su justicia, grandeza y majestad, teme y tiembla delante de Su gloriosa presencia.
Los hombres santos del pasado Lo reverenciaban porque temían a Su Palabra.
¿Cómo nosotros, siendo tan pequeños, podemos ser aceptados por un Dios tan grande?
La respuesta está en este versículo:
“Ahora, pues, orad por el favor de Dios, para que tenga piedad de nosotros. Pero ¿cómo podéis agradarle, si hacéis estas cosas? Dice el Señor de los Ejércitos.” Malaquías 1:9
La aceptación de nuestra vida está condicionada a nuestra ofrenda. ¿Sabe por qué?
¡Muy simple! Aquello que ofrecemos en el Altar revela quiénes somos y qué es lo que Dios representa para nosotros.
Hay un gran ejemplo en la Biblia que ilustra muy bien este razonamiento: Abel y Caín. Dios Se agradó de Abel y de su ofrenda, mientras que de Caín y de su ofrenda no Se agradó.
La pregunta es: ¿Cuál es la diferencia entre las ofrendas de ambos? ¿Sería la cantidad?
¡Claro que no! Dios no mira la cantidad, sino la calidad de lo que ofrecemos en Su Altar.
Abel no ofreció cualquier oveja, sino la mejor que había en su rebaño. Caín, por su parte, ofreció una ofrenda. Quizá mayor en cantidad que la de Abel, pero que no expresaba lo mejor que poseía.
Dios Se indignó con los sacerdotes que ofrecían animales defectuosos en el Altar.
Él consideró que esa actitud era una falta de respeto a Su Santo Nombre.
Ellos tenían animales sanos para sacrificar, pero llevaban los enfermos al Altar. ¿Usted aceptaría eso si estuviera en el lugar de Dios? ¡Claro que no! ¡Ninguno de nosotros lo aceptaría!
El Señor Jesús elogió a la ofrenda de la viuda pobre y dijo que ella había dado más que todos. Destacó que los ricos daban grandes cantidades de lo que les sobraba. ¡Ella no! De su pobreza dio todo lo que poseía, todo su sustento.
Un sacrificio perfecto es el resultado de una fe pura delante de Dios.
Benditos son todos aquellos que logran entender esto, pues todo lo que hagan para Dios será con calidad, y, por eso, serán honrados por Él.