“Pacientemente esperé al SEÑOR, y Se inclinó a mí, y oyó mi clamor.” (Salmos 40:1)
La confianza es la seguridad íntima con la que se hace algo. La seguridad que trae tranquilidad en relación a la respuesta. Es la firmeza de ánimo que debemos poseer cuando vivimos por la fe. No importa la dificultad que usted pase este día, ni lo que pueda suceder desde aquí en adelante. Usted tiene la promesa de que será oído cuando clame y confíe. Con Dios no existe “confiar desconfiando”. O confiamos con todas nuestras fuerzas, o no confiamos. Es todo o nada. A partir de hoy, haga de esa práctica una constante en su vida.
“Oh SEÑOR, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de Ti, y esperaré” (Salmos 5:3). David oraba y esperaba. Cuando usted llama por teléfono a alguien y le pide que le traiga algo, ¿cómo se comporta? Probablemente, se prepara y espera la encomienda. Esa misma confianza en la respuesta es la que David tenía en relación a Dios.
¿Por qué es más fácil confiar en los hombres, que son imperfectos, que en Dios, que jamás fallará? Para agradar a Dios, haga como David, que esperó confiadamente, incluso antes de saber que había sido oído. Esa es la confianza que no se quebranta con lo que ve u oye. Esa es la confianza que no tiene que ver con el sentimiento. Esa firmeza de ánimo nos sustenta hasta la victoria.
Dios es el Único digno de su confianza. Crea que Él ya oyó su clamor.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo