Últimamente se habla mucho acerca de tolerancia, igualdad, poder de elección. Entre las diversas banderas levantadas, una de los frentes más activos es el feminismo que, según lo que se imagina, procura asegurar a la mujer el derecho de estar en el lugar que escoja, haciendo lo que quiera y siendo quién quiera ser. Pero, ¿será que la lucha realmente ha sido esa?
La causa feminista, en diversos frentes, no ha trabajado para garantizar la igualdad de derechos, pero sí, para inyectar la idea de que la mujer tiene que ser autosuficiente, colocar los estudios y la vida profesional por encima de todo, tercerizar la creación de los hijos (pues, aunque no haya tiempo para nada, debe tener por lo menos uno, o jamás alcanzará la plenitud de ser mujer) y permanecer siempre alerta para repelir inmediatamente todo lo que sea caracterizado como “demasiado femenino”, como cuidar de la casa, cocinar o educar personalmente a los hijos.
Para ese nuevo feminismo, casarse antes de los 30 años es algo absurdo. La mujer moderna tiene que estudiar mucho – Universidad, Máster en Administración y Dirección de Empresas, hablar tres idiomas – tener mucho éxito en la carrera profesional, comprar su apartamento, tener un buen coche en el garaje, una buena cuenta bancaria, viajar por todo el mundo, disfrutar libremente su libertad y, después pensar en tener una relación.
Pero claro, ella no necesita estar sola durante toda esa etapa, pues, conquistar todo eso puede llevar mucho tiempo. Mientras tanto, ella puede tener cuántos hombres quiera, tratarlos como simples objetos de placer y ser adepta al sexo casual. Aunque eso sea exactamente lo que muchos hombres hacían (y hacen) con las mujeres y que nosotras tanto repudiamos.
Para ese nuevo feminismo, la mujer que deja la carrera y prioriza la educación de los hijos debe estar loca. ¿Depender de un hombre? ¿Cómo? Mujer que es mujer no depende de ningún hombre. ¡Que cosa más retrógrada, que idea reacionária, que ridículo! La mujer del pasado no podía optar por priorizar la familia. Y, así, continuamos sin el derecho de escoger.
Para ese nuevo feminismo, la fuerza de la mujer está en hablar más alto, en probar en todo momento que es más competente, más inteligente y más capaz y, obviamente, dejar claro que es más macho que muchos hombres. ¿Será que esa dictadura del “ser más, hacer más” nos trae realmente la libertad de ser quién queramos?
Para ese nuevo feminismo, las cosas comunes del día a día se convirtieron en verdaderos insultos. ¿Un hombre ceder el asiento a una mujer en el autobús? ¡Qué barbaridad! ¡Vamos a darle una lección para que él aprenda a no tratarnos como el sexo frágil!
¿Una madre comprar ese juguete de cacerolas que la hija pidió en su cumpleaños? ¡Insulto de los insultos! ¡Vamos a hacerla sentir mal hasta que se de cuenta que está siendo reacionária! ¿Regalar a una mujer un electrodoméstico? ¡Por favor, ni existe nombre para eso… que “maruja”!
Es necesario respetar las elecciones de las personas y dejar de imponer bridas de ideologías modernas. Decir a la mujer donde ella debe estar y lo que debe hacer no es algo nuevo, al contrario. Al largo de toda la historia tuvimos que acatar imposiciones, ver como nuestros derechos eran cerceados y tener nuestra voz siempre tapada.
Pero la pregunta es: ¿hasta cuando usted va a permitir que terceros dicten reglas en su vida? ¿Hasta cuando usted va a aceptar dar explicaciones de sus elecciones y esperar la aprobación de los demás? Asuma su femineidad, sus valores, sus creencias y no permita que ningún movimiento disfrazado de discursos nuevo le imponga viejos cabrestos.
Patricia Lages