Saber separar el momento adecuado entre oración y actitud es fundamental en la conquista de los beneficios de la fe. Muchas veces, se apela a la oración cuando se debería tomar una actitud. Otras, se toman actitudes cuando se debería orar. A causa de eso, se desperdician oportunidades y se añaden derrotas.
El ejemplo de Moisés sirve como lección. Al salir de Egipto, llegó frente al Mar Rojo liderando a tres millones de personas, entre las cuales había ancianos, embarazadas, niños, recién nacidos, animales, además de sus pertenencias. En la retaguardia, bajo el comando del propio Faraón, venía el furioso ejército egipcio armado hasta los dientes. Moisés no tenía armas ni ejército para defenderse. La dificultad de locomoción no le permitía huir. Técnicamente, no había ninguna salida.
Muchas veces nos deparamos con situación semejante. ¿Qué hacer? La gravedad de aquellos momentos era tan intensa que Moisés ni siquiera oró. Sino que clamó.
“¿Por qué clamas a Mí? Di a los hijos de Israel que marchen. Y tú alza tu vara, y extiende tu mano sobre el Mar, y divídelo, y entren los hijos de Israel por en medio del mar”, fue la respuesta Divina. (Éxodo 14:15-16)
Dios ha provisto a Su pueblo de la vara de la fe. Tal herramienta exige actitud.
¡La fe es acción! Si existe certeza absoluta, hay fe.
Y, si hay fe, ¿por qué orar o incluso clamar cuando se sabe lo que debe ser hecho?