Porque convenía que Aquel, para quien son todas las cosas, y mediante Quien todo existe, trayendo muchos hijos a la gloria, consagrase por las aflicciones al Príncipe de la salvación de ellos. Porque, así el que santifica, como los que son santificados, son todos de uno; por cuya causa no se avergüenza de llamarlos hermanos. Hebreos 2:10-11 (Traducción Textual de la Biblia ACF)
Nosotros, que hacemos la Obra de Dios, reclamamos por las aflicciones; otros incluso llegan a desistir del llamado a causa de estas. Pero ¡lo que muchos no saben es que son justamente las aflicciones las que nos consagran! No es el aceite, no es el obispo, no es la iglesia, sino que son las tribulaciones las que nos aprueban o no.
La consagración con el aceite todos la ven, ¡pero la consagración de las tribulaciones y aflicciones es algo personal con el Altísimo! Es un orgullo para Él vernos venciendo, y no huyendo, así como el Señor Jesús venció.
Muchos sueñan con la consagración con el aceite, pero le escapan a la consagración de las aflicciones. Lo que ellos no saben es que son estas las que nos tornan dignos de ser llamados hijos de Dios y nos hacen un tipo de Jesús en esta tierra.