Así como las drogas, la bebida e Internet, la vanidad puede ser adictiva; al final, hay quien gasta lo que tiene y lo que no tiene para hacer “sólo otro” tratamiento de belleza, procedimiento estético o intervención quirúrgica. Comprometiendo mucho más que las finanzas, la vanidad extrema puede perjudicar la salud o incluso acabar con la propia vida de quien no logró mantener el equilibrio en la búsqueda desenfrenada por elevar la tan aclamada autoestima.
En otro extremo, se encuentran mujeres que sienten aversión por todo lo que esté relacionado a sus propios cuidados o con su apariencia. No usan ningún tipo de maquillaje, ni se arreglan el pelo, nunca que se hacen la manicura, no cuidan de su piel, no les importa lo que vestir, comen cualquier tontería, creen que la depilación es algo innecesario y sólo no salen de casa en pijama y zapatillas porque el trabajo no les permite o cuando algún pariente, por vergüenza, se niega a acompañarlas.
La verdad es que tanto las mujeres que sienten aversión a todo lo que puede representar un mínimo de vanidad como las que son capaces de arruinar su propia economía para hacerse todo tipo de cambios en su cuerpo, se enfrentan a la misma cuestión: problemas de autoestima.
La autoestima significa “cualidad de quien se valora, se alegra con su modo de ser y demuestra confianza en sus actos y juicios”. Queda evidente identificar que quien se somete a todo tipo de locuras en nombre de la “belleza” tiene problemas de autoestima; en definitiva, no está contenta con su modo de ser. Y quien no se interesa lo más mínimo por sí misma presenta el mismo cuadro, pues no posee la cualidad de quien se valora.
Muchas mujeres, principalmente después del matrimonio o de convertirse en madres, dejan de cuidar de sí mismas por el hecho de no ser más elogiadas con frecuencia, por la inseguridad de los cambios en el cuerpo -sea por la edad o por la maternidad- y por la influencia del juicio de terceros . Todo esto hiere la autoestima y causa ese desequilibrio, sea para un lado, sea para el otro.
La solución para mantener una vida más equilibrada y vivir más felices con quienes somos puede estar justamente en no basar nuestra existencia en la autoestima. Si nosotras, mujeres, estamos seguras de quiénes somos y de lo que queremos, no es el nivel de autoestima que guiará nuestras vidas. Es posible que no se sienta la más hermosa de las mujeres, pero no es por eso que va a ir corriendo al consultorio de un cirujano o dejar de cuidarse.
Debemos guiar nuestros pasos con la cabeza y no con el corazón. En el fondo, usted sabe que un elogio no va a cambiar su vida, pero como su corazón quiere oírlo, usted se aflige con la falta de ese elogio. O, entonces, usted no quiere que nadie la elogia porque, en el fondo, usted cree que no lo merece y cuando lo hacen, usted se cohibe y cambia de comportamiento para que nadie más la elogia.
En ambos casos, usted está permitiendo que la autoestima influye directamente en la forma en la que se ve, y eso no tiene ningún sentido. Usted no necesita autoestima para saber que tiene valor, ¿no es verdad?
No gaste su vida guiándose por un solo factor. No sea esclava de la autoestima, pues ella no tiene límites, pero asuma las riendas de su autoimagen y disfrute de una vida más equilibrada.
Patricia Lages