¿Cómo es posible que alguien que tiene el Espíritu Santo y recibió la unción del propio Dios para salvar, sea tan implacable, intolerante, cruel y desprovisto de misericordia? Tal vez usted diga: “¡No, eso no es posible!”. Pues le digo que sí lo es.
Es exactamente así que nos volvemos cuando juzgamos a quienquiera que sea. Independientemente si la persona se equivocó o no.
Si alguien juzga es porque, en realidad, no entiende nada de la esencia de Dios, Quién es Él, de hecho. Si supiera, nunca sería capaz de señalar con el dedo a nadie. A fin de cuentas, Dios nunca lo hizo. El papel de acusador siempre ha sido y será del diablo. Pero, lamentablemente, muchos cristianos han tomado esta función para sí. ¡E incluso se enorgullecen de eso!
Si supieran cuán abominable es eso para Dios -más abominable incluso que el pecado que aquella persona, a la que está juzgando, cometió- se sentirían avergonzados.
¿Cuántos un día pasaron por nuestro camino y, en vez de extenderles la mano, los empujamos al precipicio con palabras y actitudes o simplemente por la ausencia de ellas? Tal vez usted diga: “¡Pero nunca hice eso! ¡Nunca condené ni señalé a nadie!”. Tal vez usted realmente no ha hecho nada para perjudicar o lastimar, pero tampoco hizo nada para ayudar, para confortar. Lo que termina siendo lo mismo. Porque, así como hacer el mal es pecado, ¡dejar de hacer el bien también lo es!
“y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.”
Santiago 4:17
Para meditar:
“¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme.”
Romanos 14:4
“Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú también, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo.”
Romanos 14:10