Si usted se fija bien, cada década tiene sus costumbres. Algunas tendencias vienen tan fuertes que sus efectos son como los de las olas gigantes: pasan los años, y la gente continúa hablando de ello. Es el caso de la Beatlemania y del feminismo.
Hoy estamos en la época del culto al cuerpo, por eso hay personas que pasan horas en el gimnasio todos los días, toman anabolizantes o se entregan a procedimientos quirúrgicos arriesgados, para muchos, vale todo con tal de “sentirse bien consigo mismos”.
Pero hay otra moda en esta década que, desgraciadamente, da señales de que continuará así por muchos años: la necesidad de opinar sobre todo.
El ser humano llegó a un nivel que parece que sólo él existe, o se hace visible, si opina sobre todo lo que ve y oye, incluso sin entender nada sobre el asunto.
Además, esta moda tiene un agravante: discrepar. No fueron pocas las veces que vi gente discrepando de textos o de un simple post sin al menos haberse dado al trabajo de llegar al final de la lectura. Pero lo hacen por el simple placer de hacer oposición y autoafirmarse.
Sólo que ese comportamiento no queda solo ahí. Detrás de un ordenador o de las teclas de un móvil, hay aquellos que le echan “coraje” para decir barbaridades que, cara a cara, difícilmente hablarían. Son personas que vieron en Internet la oportunidad de huir de la responsabilidad, por lo que se burlan, juzgan, humillan, mienten, dispersan rumores y dan flujo a todo tipo de maldad.
Creo que el combustible para tanta grosería e insensibilidad se trata de frustración, odio y tristeza almacenadas en el alma.
Lo peor es que después de que se “vomita opiniones” cuando no fueron pedidas, no hay siquiera un pequeño indicio de arrepentimiento o de retractación. En esos momentos, pienso que pertenezco a otra generación, jeje. Hace tiempo, un simple golpecito en otra persona generaba una disculpa para remediar lo ocurrido. Hoy, la conciencia de las personas está tan cauterizada que virtudes como la reflexión, la prudencia y la discreción se transformaron en defectos.
Yo soy admiradora del diálogo, respeto puntos de vista diferentes a los míos y también estoy abierta a cambiar mis ideas sobre ciertas cuestiones.
No pienso que el camino para demostrar autoconfianza sea esparcir a los cuatro rincones del planeta mis opiniones. Y que para que eso, sea valido gritar, discutir, ser excesivo, ofender o tener cualquier conducta semejante.
No siempre lo que pensamos o sentimos corresponde a la realidad y merece ser dicho. Podemos estar equivocados por nuestras propias percepciones o por comentarios de terceros, por lo que una medida de cautela y de sentido común sólo hace bien a la vida.
¡Hasta la próxima semana!