Carmen: “Tenía cáncer de endometrio. Crecía cada segundo y eso me provocaba hemorragias. Recuerdo que un miércoles estuve así durante un día entero y eso siguió hasta la mañana siguiente.
Fui a ver a una médica, me encontró anémica y me pidió que hiciera una ecografía intravaginal. Así supo que mi endometrio crecía, me internó, ella ya veía que era un tumor maligno, pero necesitaban el estudio para confirmarlo. Finalmente diagnosticó que era un cáncer fulminante. Iban a sacarme el útero y los ovarios para que la enfermedad no se radique. Pero igualmente no me aseguraban nada.
Tenía 34 años, yo ya participaba de las reuniones de la Iglesia, era una lucha entre mi fe y la enfermedad; muchas veces me pregunté por qué me había tocado a mí. Yo creía en Dios, pero cuando apareció el cáncer no sabía cómo reaccionar. Venía con pañales a participar porque tenía muchas pérdidas. Una vez manché la butaca y me dio tanta vergüenza que me fui.
Mis padres estaban lejos, yo estaba con mi hermana y teníamos el negocio familiar. Las dos estábamos a cargo, pero la médica dijo que no podía trabajar porque cualquier cosa me provocaba hemorragias. Seguí luchando hasta que las hemorragias pararon, pero no estaba curada.
Al poco tiempo tuve la oportunidad de hacer un voto con Dios, cuando bajé del Altar determiné mi sanidad. Creí, no voy a negar que tuve luchas, no fue fácil; recuerdo que a la semana de haberlo hecho, sentía que me estaban cortando el útero por dentro, me tomé un blíster entero de analgésicos, no sé cómo no me hizo mal. No aguantaba el dolor. Pero, ahora, gracias a Dios, estoy curada y libre, no tengo hemorragias ni pérdidas, el cáncer desapareció”.
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