Desde mi infancia tuve complejos. Me sentía inferior a mis compañeras de la escuela, observaba lo que llevaban puesto, cómo usaban el cabello y a sus padres. Eso me convirtió en una persona amargada, horrorosa por dentro. Llegaba a agredirlos, y lo peor de todo es que crecí así.
Eso les sucede a muchas jóvenes que guardan y alimentan ese sentimiento. Cómo vencer lo que nos intimida, eso que nos lleva al límite, hasta dejarnos sin palabras.
Es un sentimiento que hace a una mujer paralizarse frente otros, sentirse la peor persona del mundo. Se ven feas, pobres, poco inteligentes e ignorantes, asumen que, en ellas, no existe nada bueno.
Sin embargo, es posible salir, ya que yo lo logré y pude escribir este mensaje. Lo superé y lo hago todos los días, porque no puedo dejar de sentir pero me domino. Soy yo la que manda.
Hablé con Dios con todas mis fuerzas y sinceridad, Él me oyó, me fortaleció, e hizo que viera mi valor. Me ayudó a comprender que dio Su vida por mí, para que yo no sufriese; para que pueda verme en el espejo y entendiese que soy única, que no existe nadie igual que yo.
Empecé a portarme diferente, a cuidar mi salud, a vestirme de otra manera, a usar maquillaje. Acepté a un Amigo verdadero. Solo Él pudo arrancar lo que no servía, lo que estaba dentro de mí. Así pude ver mi belleza exterior, ¡gracias Jesús!
Hoy yo me valoro y me amo, ¿y usted? Con todo lo que acaba de leer, ¿continuará como está?