Cuando imaginamos toda su trayectoria de vida, podemos notar el profundo vacío que tenía en su interior. Entregar al Salvador al sacrificio fue una consecuencia directa de su pobreza de espíritu.
Al contrario de lo que piensan muchas personas, Iscariote no decidió negar a Cristo de la noche a la mañana. En el libro de Juan, capítulo 12, desde el versículo 3 al 6, podemos ver que él fue lo suficientemente audaz para criticar al Señor Jesús abiertamente, por haber recibido la ofrenda de María (la hermana de Marta y de Lázaro) a través del nardo puro.
Desafortunadamente, muchas personas dentro de la Iglesia se encuentran en una situación similar a la de Iscariote: están cerca de la muerte eterna y no lo saben. Generalmente, la caída espiritual de alguien no es instantánea. Más bien, la persona coquetea durante un tiempo con los espíritus malignos y el pecado. Hasta que, un cierto día, los demonios muestran las garras y la persona pasa a estar al borde del abismo.
La pobreza interior de Iscariote se revela con más intensidad cuando reflexionamos sobre cómo pudo convivir con el propio Dios durante, al menos, tres años y no haber sido transformado. Muchas veces, el Señor le advirtió sobre los peligros del pecado y que uno de ellos Lo traicionaría. Aun así, Judas nunca demostró ni siquiera remordimiento.
Quizás él ya no lograba ver al Señor Jesús como el Mesías, después de un determinado tiempo, por creer que era solo otro falso profeta. ¿Habrá imaginado que desperdiciaba su tiempo al seguir a Cristo? La Biblia no da esos detalles sobre las intenciones de Iscariote. Pero el hecho es que él no estaba abierto para el mensaje de la Salvación y del arrepentimiento de los pecados.
Muchas personas en la actualidad tienen la oportunidad de conocer la Palabra de Dios. Están aquellas que frecuentaron la iglesia durante muchos años, pero que, en su interior, no hubo un cambio sincero de vida, una alianza verdadera con el Altísimo. Tuvieron la oportunidad de conocer al Autor de la vida y Lo despreciaron.
Sin embargo, debemos recordar que tenemos la oportunidad de vivir en este mundo solo una vez, y lo que hacemos en la vida determinará el destino de nuestra alma: el Reino de los Cielos o la condenación eterna en el lago de fuego y azufre.
Es necesario elegir la puerta estrecha, mientras permanezca abierta. Porque, cuando esta se cierre, nadie más podrá abrirla.