Leticia: “Cuando tenía 6 años, mi madre murió de cáncer y mi padre me abandonó. Fui a vivir a la casa de mis parientes y en ese lapso comencé a escuchar voces y a ver sombras. Fui a un psicólogo durante dos años, pero no me ayudó.
A los 15 años me internaron pupila en un colegio y por las noches, no dormía, lloraba. Luego intenté suicidarme dos veces. En una oportunidad me corté las venas y en la otra tomé pastillas. Por dentro sentía un vacío enorme, pero no lo demostraba. Para olvidar mis problemas, comencé a juntarme con amigos y a tomar bebidas alcohólicas. Pero cuando se me pasaba el efecto, volvía a mi triste realidad”.
Su esposo, Alejandro, tampoco tuvo una vida fácil antes de conocer la Universal: “Viví una infancia complicada. Mis padres se peleaban todas las noches y yo no dormía. No quería estar en mi casa. Esa situación me llevó a pasar más tiempo en la calle. No pasó mucho para que cayera en las adicciones. Fumaba cigarrillos, usaba marihuana, cocaína y volvía a mi casa drogado.
Con el tiempo, todo lo que ganaba en el trabajo, lo gastaba en los vicios. Mi vida era un desastre. Un día fui a comprar droga y no me quisieron vender, me gatillaron en la cabeza, pero la bala no salió; ese fue el peor momento”, recuerda él.
La enfermedad de su tío fue el comienzo de una nueva vida para Leticia: “Él se enfermó de cáncer y comenzó a buscar ayuda. Gra-cias a la invitación de una vecina conocí la Universal y él se curó. Pasó el tiempo, no fue fácil, pero me pude librar de todo. Después, conocí a mi esposo”.
Ambos pasaron por mucho pero el Señor Jesús cambió todo: “Llegué a la Universal, comencé a luchar y dejé todas las adicciones, pude empezar de nuevo. Conocí a Leticia y ahora soy feliz gracias a Dios”, finaliza Alejandro.
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