José: “En mi adolescencia ya fumaba. A los 16 años dejé el colegio y fui a trabajar a una carnicería. Cerrábamos el local y tomábamos cerveza, después recorríamos la noche para buscar mujeres. Como estaba sin dormir y debía trabajar al otro día, usaba cocaína.
Pasé por dos relaciones de seis años, pero fracasé en ambas. Por último, conocí a mi esposa, creí que sería feliz y nos casamos. Nació mi primera hija, yo me enfermé y mi señora tuvo que salir a trabajar. Como ella no estaba en todo el día, le fui infiel. Comenzaron las agresiones verbales y físicas. Ella me puso una medida cautelar, me tuve que ir a vivir a un local, dormía en el piso. Volví a los vicios y fue peor que antes, pasé a fumar tres atados de cigarrillos y tomaba entre cinco y seis cervezas por día, sobre todo a la noche para poder dormir. Mi esposa me puso otra restricción, no podía estar a menos de 500 metros de mi casa.
Me fui a dormir a la estación de trenes. Sentía que algo me impulsaba a tirarme en las vías cuando pasaban las formaciones. Volví a casa y las agresiones seguían. La policía venía tres o cuatro veces al día y decían que me iban a meter preso. Ante todo eso mi mujer tomó la decisión de matarme de una puñalada en el corazón.
Finalmente, invitaron a mi señora a la Universal y yo la acompañé. Dejé los vicios, el orgullo y me bauticé en las aguas. Participé de la Hoguera Santa para tener un encuentro con Dios, de a poco fui cambiando y recibí el Espíritu Santo. Recuperé a mi familia, estoy prosperado y soy feliz porque el Señor está en mi corazón”.
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