María: “Desde los cinco o seis años soporté el abuso de un familiar, él me manoseaba, fue mucho tiempo. No entendía lo que pasaba y no me atrevía a hablar. Llegué a la Universal a los 12 años, pero no me entregué a Dios. A los 17 empecé a trabajar; mis compañeros, robaban, se drogaban y se peleaban, incluso en el lugar de trabajo.
Después dejé de ir a la Iglesia. Salía con un compañero, me la pasaba toda la madrugada junto a mis amigos y peleaba con mi papá. Mi familia me veía mal, prácticamente dejé de ir a la escuela, lo único que hacía era trabajar y estar con esos chicos. Cuando estaba con ellos era feliz, pero en casa me encontraba con la realidad. Finalmente, mi familia me obligó a renunciar.
Volví a la Universal, lloraba porque tenía una enorme tristeza. Me culpaba por el abuso que sufrí durante años; pero me dí cuenta de que no era así, pude hablarlo y lo superé. Comencé a hacer las cosas bien y pude liberarme. Actualmente, mi relación con mi familia es buena. Decidí buscar a Dios y no me arrepiento. Sé que sin Él, voy a sufrir”.
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