El príncipe de un reino lejano, debía conseguir una esposa. Tenía que elegir entre tres y decidió buscar el consejo de un hombre sabio que le dijo:
—Dele un puñado de arroz a cada una, con un diamante escondido entre los granos y cuénteme sobre la reacción de cada una.
Así lo hizo. La primera preparó una exquisita comida para el príncipe, pero se guardó la joya, sin decir nada. Él fue directamente a su consejero:
—La joven mostró que era egoísta. Estoy seguro de que ella no sirve para ser su esposa.
El príncipe fue a la casa de la segunda candidata. Se encontró con un lindo plato de arroz. También supo que la joven había encontrado el diamante entre los granos, y se había mandado a hacer un anillo con la piedra.
Ante el relato de su aconsejado, el sabio hizo, le explicó que tampoco era la adecuada:
—Esta, a pesar de estar enamorada y ser honesta, es una persona muy vanidosa. No será una buena esposa.
El príncipe fue rumbo a la casa de su última opción. Se sorprendió al ver un banquete.
—¿Cómo conseguiste hacer todo esto con el puñado de arroz que te di?, indagó sorprendido.
—Pensé que el diamante era para preparar un plato especial. Empeñé la joya y con el dinero compré todo lo que necesitaba. Con las recetas que conozco, llamé a otras mujeres para enseñárselas. Les cobré una moneda y recuperé el diamante, para devolvérselo. El sabio dijo:
—Además de dedicada, enamorada y honesta, ella es inteligente. Ella encaja en el perfil de la mujer descripta en la Palabra de Dios:
“Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas. El corazón de su marido está en ella confiado, y no carecerá de ganancias. Le da ella bien y no mal, todos los días de su vida. Busca lana y lino y con voluntad trabaja con sus manos. Es como nave de mercader; trae su pan de lejos.” (Proverbios 31:10-14).