Lucas Nieva: “Tuve una linda infancia, mis padres siempre estuvieron presentes. En mi casa no faltaba nada porque ellos iban a la Universal y yo también participaba.
Surgieron complicaciones en mi salud. La primera fue a los nueve o 10 años, tenía problemas en el cuello, los médicos no encontraban la razón. Era doloroso, se salía de lugar y sentía que me moría. Intentaron todo tipo de tratamientos, pero nada funcionaba. La otra fue una alergia, me rascaba y la piel me quedaba en carne viva.
Crecí, quise experimentar otras cosas y comencé a drogarme. Tuve diferentes relaciones amorosas aunque no me hacían feliz. Mi familia no sabía lo que yo hacía. Llegué al extremo de robarles para comprar drogas.
Pensé en suicidarme, a pesar de que tenía todo, me daba cuenta de que hacía sufrir a mis padres. Mi familia oraba por mí, pero yo no quería saber nada. Una vez me fui de mi casa, ni siquiera les atendí el teléfono. Caminé sin rumbo hasta que mi mamá me encontró en una plaza, en mal estado.
El peor momento fue cuando empecé a ver sombras que me atormentaban. De noche no dormía, estaba intranquilo. Una vez vi una que se sentó a mi lado en la cama para ahorcarme. En ese instante no podía pedir ayuda, veía que esa cosa se reía, sentí que me moría, le pedí perdón a Dios y ahí, la sombra se fue. Fue entonces que busqué al Señor.
Empezó mi proceso de liberación los días viernes. Pasó el tiempo, me sané y mi relación con mi familia es distinta, está restaurada, en mi casa hay paz. Ya no necesito drogarme para ser feliz. Lo más importante es mi vida espiritual, logré ser bautizado en el Espíritu Santo”.
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