Después de bautizarse en las aguas y tener un encuentro con Dios, muchos quieren servirlo en Su obra. Sin embargo, no todos los que tienen esa intención son considerados Sus siervos. El Obispo explica: “Él árbol es conocido por sus frutos, entonces, el verdadero siervo de Dios, mostrará los frutos de Su Reino, que están en el amor por las almas y también en las cosas de la obra de Dios.
Una importante característica del siervo es el temor que le tiene a Dios: “Es el respeto al Señor, es el placer por hacer lo mejor para Él”, afirma el Obispo.
Si el siervo sirve con alegría, entonces no actúa para satisfacer sus intereses personales, sino los de Su Señor: “Él sirve aunque no le reconozcan su trabajo. Para él es más importante ser testimonio para otros”.
El Señor Jesús fue ejemplo de siervo: “Pues si Yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como Yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su Señor, ni el enviado es mayor que el que le envió.” (Juan 13:14-16).
Entonces, servir a Dios no implica tener una posición jerárquica en la Iglesia. Tampoco ser líder de un grupo o colaborar con las tareas de la Institución. Lo que hace a un siervo son los resultados que presenta durante su caminata de la fe, su sinceridad y temor a Dios.