Hace muchos años, una pequeña ciudad fue asolada por fuertes inundaciones.
El sistema de desagües colapsó y comenzaron a inundarse los barrios de las zonas más bajas. El gobierno anunció que los habitantes de esos lugares deberían refugiarse en la parte alta de la ciudad; allí recibirían asistencia hasta que pudiesen volver a sus casas.
En uno de los barrios de las zonas inundadas, una persona se negaba a dejar su casa. Aseguraba que tenía fe y que Dios iba a socorrerlo.
Al menos 10 de sus vecinos, golpearon insistentemente a su puerta, pidiéndole que los acompañara. Sin embargo, a todos les respondía lo mismo:
— ¡Dios me va a salvar!
El barrio estaba desierto, hasta las mascotas se fueron. Sin embargo, él continuaba en su hogar. El agua cubría la vereda y estaba llegando a la entrada de su residencia. Un enorme camión del Ejército, pasaba por allí. Anunciaba que nadie debería permanecer en el barrio, que debían subir inmediatamente. Pero el hombre no se inmutó.
Vio el agua entrar por debajo de la puerta, anegando la sala. Subió a la silla, después a la mesa y luego se trepó al techo.
A esa altura el cuerpo de Bomberos, pasaba en bote inspeccionando el área. Ellos le insistieron para que los acompañara. Lanzaron una cuerda, un salvavidas y nada. El hombre parado en el techo de la casa repetía:
— ¡Dios me va a salvar!
Al atardecer, el nivel del agua ya le tocaba los pies cuando un helicóptero de la Fuerza Aérea lo iluminó con un reflector y le ofrecieron subirlo con la escalera.
El hombre intentaba salvarse del agua, pero ni siquiera miró hacia arriba. El helicóptero siguió buscando a otros que quisieran ser rescatados. La lluvia continuó cayendo y el hombre murió ahogado.
Llegó al cielo y empezó a reclamar y preguntar por qué su fe no había sido honrada. Entonces, le dijeron:
—Su oración llegó y se mandaron a más de diez vecinos, al Ejército, a los Bomberos y finalmente a un helicóptero de la Fuerza Aérea. Pero usted murió porque se negó a aceptar la ayuda.