Después de la conquista de las tierras prometidas, Josué, dirigido por Dios, dividió las posesiones por las tribus de Israel. Sin embargo, notamos que una tribu en particular NO recibió herencia en la tierra.
“En aquel tiempo el Señor apartó la tribu de Leví para que llevara el arca del pacto del Señor, y para que estuviera delante del Señor, sirviéndole y bendiciendo en su nombre hasta el día de hoy. Por tanto, Leví no tiene porción o herencia con sus hermanos; el Señor es su herencia, así como el Señor tu Dios le habló.” Deuteronomio 10:8-9
Vea el alto privilegio que esta tribu recibió: tener al Propio Dios como herencia personal.
La tribu de Leví fue separada para los cuidados espirituales y no podía tener NINGUNA preocupación en este mundo, por eso, no tenía posesiones, ni tierras, ni bienes.
Ellos eran responsables por la Tienda del Tabernáculo, por los servicios espirituales y respondían incluso por la condición espiritual del pueblo, debían también ser referencia para todas las demás tribus, al guardar con temor todas las prescripciones sagradas.
Dios estableció con la tribu de Leví una alianza, un tratado, un pacto perpetuo: el pacto de SAL. El día en el que ellos tuvieran posesiones en la tierra estarían rompiendo ese pacto perpetuo.
“Todas las ofrendas elevadas de las cosas santas, que los hijos de Israel ofrecieren al Señor, las he dado a ti, y para tus hijos y para tus hijas contigo, por estatuto perpetuo; pacto de sal perpetuo es delante del Señor para ti y para tu descendencia contigo. Y el Señor dijo a Aarón: No tendrás heredad, ni entre ellos tendrás parte. Yo soy tu parte y tu heredad en medio de los hijos de Israel.” Números 18:19-20
El Señor Jesús reafirmó esa Alianza con Sus discípulos cuando dijo:
“No os proveáis de oro, ni de plata, ni de cobre para llevar en vuestros cintos, ni de alforja para el camino, ni de dos túnicas, ni de sandalias, ni de bordón; porque el obrero es digno de su sostén.” Mateo 10:9-10
Él dijo además:
“Vosotros sois la sal de la tierra…” Mateo 5:13
Pero orientó también para que no rompamos esa alianza:
“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se ha vuelto insípida, ¿con qué se hará salada otra vez? Ya para nada sirve, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres.” Mateo 5:13
Como fue con la tribu de Leví y con los discípulos, Dios desea que no nos preocupemos por partes de tierras, propiedades o bienes materiales. Él nos dio un derecho mucho mayor: se hizo nuestra herencia, para que nuestra única preocupación fuese con su Obra.
No hay peso en esa gloriosa tarea, por lo contrario, gran placer por formar parte de los escogidos para ese trabajo sublime.
La función de la sal es dar sabor y conservar el alimento. Exactamente como debe ser el trabajo del pastor: llevar sabor a la vida de las personas y ayudarlas a conservar la salvación de sus almas.
La sal se vuelve insípida cuando yo rompo la alianza. Si empiezo a tener objetivos paralelos, mi objetivo ya está distante del Altar y ya no hay más sabor en mi servicio para Dios.
El pastor que hace la obra de Dios en la Universal debe vivir en Alianza perpetua de sal para no volverse insípido. Mientras él es fiel a Dios, a la Iglesia y a su esposa, va a tener todo lo que necesita para continuar su misión, aunque no tenga nada.
Por lo tanto, vivamos esa alianza perpetua, pues grande será el galardón de los verdaderos siervos.
Recuerde: ¡El Señor es nuestra herencia!