La vida de Malvina Acosta no tenía rumbo en lo profesional, desde joven buscó el éxito, pero nada funcionaba: “Crecí siendo una persona insegura y la relación con mi familia no era buena. Desde los seis años la danza me había ayudado a sublimar, pero se hacía difícil seguir. A los 15 años empecé a enseñar por mi mamá, porque no tenía objetivos ni proyectos.
Estudié psicología, pero aprobaba apenas o iba perdiendo materias. De noche dormía mal porque mi mente no estaba tranquila.
Hice terapia, pero no me ayudó, reavivaba los conflictos. Era frustrante, no tenía ganas de trabajar tampoco de estudiar. Ni siquiera bailar me daba satisfacción.
Cuando nada sale bien…
Conocí la Universal y los testimonios me sorprendieron. Al principio no entendía, pero encontré paz, fue algo sobrenatural.
Primero llegó mi cambio interior. Arreglé la relación con mi familia y pude perdonar.
Después noté que tenía problemas, pero no me angustiaba. Empecé a despertar sueños, a creer en Dios y en mí misma. Encontré a un hombre con el que puedo compartir mi vida.
Me puse metas, mi mente cambió a través de la fe y de la perseverancia. Primero logré mi propia escuela de danza, ahora tengo otras dos. Cada año aumentan los alumnos, aún en medio de la crisis.
Me pasó que muchos me plantearon dejar de asistir a las clases de danza. Pero me convertí en una mujer que en medio de situaciones difíciles recurre a Dios. Por eso, los que iban a dejar no lo hicieron y llegaron alumnos nuevos. No me imaginaba que fuera posible vivir la vida que tengo hoy. Muchos no apuestan a lo artístico porque piensan que no tienen futuro y renuncian a sus sueños. Pero yo, tengo que rechazar trabajo porque no me alcanza el tiempo.
Soy psicóloga, pero puedo trabajar de lo que más me gusta. Presenté una producción de la escuela en la Avenida Corrientes que fue un éxito. Hay colegas a los que les pasa lo contrario, esa es la diferencia”.
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