En el libro de Ezequiel, vemos una convocatoria hecha por el Señor al siervo, que puede enseñarles a muchos que quieren servir a Dios en el Altar:
“Y me dijo: Hijo de hombre, ponte en pie para que Yo te hable.” Ezequiel 2:1
Para que Dios pueda hablar con Su siervo es necesario que él esté de pie, o sea, dispuesto, atento a Sus órdenes. El siervo no puede estar relajado y desenfocado de la dirección y orientación de su Señor. Y está de pie cuando está vigilante para oír la Voz de Dios, y también en cuanto a las acciones de su carne y de las trampas del diablo, para no desagradar a su Señor.
“He aquí, como los ojos de los siervos miran a la mano de su señor, como los ojos de la sierva a la mano de su señora, así nuestros ojos miran al Señor nuestro Dios…” Salmos 123:2
“Y el Espíritu entró en mí mientras me hablaba y me puso en pie; y oí Al que me hablaba.” Ezequiel 2:2
El Espíritu Santo no habla, no actúa y no usa al siervo que está acostado (acomodado), sino al que está a disposición, pues es como un soldado en servicio.
“Ningún soldado en servicio activo se enreda en los negocios de la vida diaria, a fin de poder agradar Al que lo reclutó como soldado.” 2 Timoteo 2:4
“Entonces me dijo: Hijo de hombre, Yo te envío a los hijos de Israel, a una nación de rebeldes que se ha rebelado contra Mí; ellos y sus padres se han levantado contra Mí hasta este mismo día.” Ezequiel 2:3
El siervo no tiene derecho de elegir dónde va a servir, debe tener la consciencia de que el viento del Espíritu va a soplarlo hacia donde Él quiera. Aunque el lugar esté infectado de rebeldes (endemoniados), pues fue exactamente para ellos y por ellos que nuestro Señor Jesús dio Su vida en el Calvario, para transformar chivos expiatorios en ovejas, delincuentes en buenas personas. Esa es la misión del siervo: entrar en presidios, barrios carenciados, hospitales, calles y callejones, con el fin de liberar y salvar a los rebeldes.
“A los hijos de duro semblante y corazón empedernido, a quienes te envío, les dirás: Así dice el Señor Dios.” Ezequiel 2:4
Muchos de nuestros miembros, obreros, pastores y obispos eran de duro semblante y corazón empedernido, pero los siervos fueron usados por el Señor para hacerlos nacer de nuevo.
“Y ellos, escuchen o dejen de escuchar, porque son una casa rebelde, sabrán que un profeta ha estado entre ellos.” Ezequiel 2:5
La misión del siervo es: “que anunciéis las virtudes de Aquel que os llamó de las tinieblas a Su luz admirable”. (1 Pedro 2:9)
El siervo tiene que saber que no va a ganar a todo el mundo, pero al final de cada día debe dormir en paz por haber sido usado para llevar las buenas nuevas de la Salvación “a las ovejas perdidas de la casa de Israel”, independientemente de si le prestarán atención o no.
“Y tú, hijo de hombre, no temas, no temas ni a ellos ni a sus palabras aunque haya contigo cardos y espinas y te sientes en escorpiones; no temas sus palabras ni te atemorices ante ellos, porque son una casa rebelde.” Ezequiel 2:6
El siervo nunca puede olvidar que su servicio (Obra de Dios) es como una rosa linda, de buen aroma, sin embargo, con muchas espinas. Sin duda, el siervo enfrentará el dolor de las perforaciones (injusticias, calumnias) y el dolor de las picaduras de los escorpiones (persecuciones y desiertos), por eso es necesario que tenga el bautismo con el Espíritu Santo, el cual lo hará soportar los dolores con perseverancia hasta el fin para, sobre todo, ser salvo.