“Téngannos los hombres por ministros de Cristo,…” 1 Corintios 4:1
Por lo regular, el término ministro es proferido con aires de vanidad, altivez, orgullo y superioridad. Cada tanto, observamos a varias personas, principalmente cristianos, vinculando la palabra ministro a un cargo prominente, a un lugar o a una posición destacada.
Tal vez ese entendimiento sea conducido por el equívoco de asociar ministro de Cristo al ministro de Estado, que dirige un ministerio y tiene importantes funciones por ser miembro del poder ejecutivo, una categoría por debajo de la del embajador en la jerarquía diplomática.
Son muy comunes, entre los evangélicos, las siguientes nomenclaturas: ministro de alabanza, ministro o ministra de danza (este último es el más raro). De inmediato, notamos que la palabra ministro es utilizada para autopromoción.
Recuerdo también la ocasión inusitada que presencié. Un presbítero, vecino mío, se acercó a mí diciendo que había sido consagrado, por imposición de manos, al oficio de ministro del evangelio. Él completamente radiante, feliz por “subir” de cargo, sin darse cuenta exactamente de lo que de hecho significaba aquello, y yo, casi riendo, sin embargo, respetuosamente, le dije: “¡Enhorabuena! Usted acaba de ser rebajado.”
La palabra griega, empleada por Pablo para ministro en 1 Corintios 4:1, significa, literalmente, “remero inferior”, “remero subordinado”, “remero de baja categoría” o “remero del último sótano”.
Los remeros no eran contratados para el trabajo, tampoco remunerados por sus servicios, sino que eran esclavos. Estos hombres no recibían nada, sino comida y agua. Remaban, incesantemente, movidos a azotes, sujetos a torturas, sudor, hambre, sed.
Hombres que tenían solo la tarea de remar hasta la muerte, teniendo por única esperanza ver la luz acompañada de breve descanso, comida y agua, nada más.
“Remen, remen, remen hasta la muerte”.
No hay problema, la muerte para un remero de la embarcación cristiana es ganancia.