Hay una conexión entre la promesa que Dios le hizo a Abraham y la que nos hizo a nosotros de que tendríamos el Espíritu Santo.
El SEÑOR le dijo a Abraham:
“Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que Yo te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra.” Génesis 12:1-3
Y cuando el Señor Jesús vino nos dijo:
“…recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.” Hechos 1:8
“… id, y haced discípulos a todas las naciones…” Mateo 28:9
Así como Dios quería que Abraham esparciera la bendición a las naciones, quiere también que nosotros lo hagamos.
Si la persona está en la presencia de Dios es porque Él la llamó para hacer una nación grande.
Dios quiere que seamos bendición como Abraham pero, para ser como él, tenemos que hacer lo que él hizo.
Abraham creyó y obedeció.
¡Quien cree obedece ciegamente!
Cuando hablamos de Abraham nosotros nos llenamos la boca , porque Moisés abrió el mar levantando su cayado, pero Abraham es un ejemplo para que nosotros veamos a Dios a través de él.
Cuando nosotros recibimos el Espíritu Santo, también pasamos a ser referentes de Dios aquí en este mundo.
“Por la fe Abraham, al ser llamado, obedeció, saliendo para un lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber adónde iba.” Hebreos 11:8
Son 2 cosas: creer y obedecer.
Si la persona hace esas dos cosas será la imagen de Dios.
Quien la mire verá al Propio Dios.
Pero hay que estar dispuesto a obedecer, y no es sencillo.
Es estar dispuesto a negarse a uno mismo, a decirle no a la carne para obedecer a la Palabra de Dios.
Es entonces cuando Dios nos hace la propia bendición.
Debemos estar dispuestos a salir del pecado, de la malicia, de la mentira, del adulterio, para ir adonde Dios nos dice que vayamos.
Obedecer es más difícil que hacer milagros, que expulsar demonios.
Hay que estar dispuesto a sacrificar el yo, el querer, lo que uno es y lo que pretende ser. Y entonces naciones serán bendecidas a través de nosotros.
¡Hay que estar dispuesto a salir de Harán!
Y cuando eso sucede, la persona recibe el Espíritu Santo y pasa a ser un Abraham y a reflejar la imagen de Dios.
Primero, la persona debe reconocer que está mal, que ya no quiere más esa vida, que está dispuesta a alejarse y a cambiar.
Debe decirle a Dios: “Señor, ya no quiero más esta vida. Heme aquí. Estoy dispuesto a obedecer Tu Palabra”.
Entonces, el Espíritu Santo desciende y cambia su historia.
Tiene que haber un cambio de historia, pero, para eso, ¡hay que hacer lo que hizo Abraham!
Así como Abraham fue llamado por Dios, llama también a la persona que hace lo mismo que Abraham para bendecir a muchas naciones a través de ella.
Pero hay que pagar el precio.
Hay que renunciar a los propios deseos para hacer la voluntad de Dios.
Hay que salir de la tierra de Harán, la tierra del pecado, para ir adonde Dios diga.
Piense en esto.
Obispo Francisco Couto