“Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció el SEÑOR y le dijo: Yo Soy el Dios Todopoderoso; anda delante de Mí y sé perfecto”. Génesis 17:1
¿Cómo ser perfecto, si no hay nadie perfecto?
Pensando en la respuesta a esa pregunta y meditando en Abraham, entendí que solo es posible ser perfecto cuando la fe obediente es separada de todo sentimiento.
Como todo ser humano, Abraham tenía debilidades, sentimientos, humanidad, y, por eso, todas las veces que mezcló la fe obediente con el sentimiento, tuvo problemas.
Abraham mezcló el sentimiento familiar con la fe obediente, cuando salió de Harán permitiendo que Lot lo acompañara. Dios le había ordenado que saliera de la tierra, de la casa de su padre y de su parentela, pero, ciertamente, al dejar a Lot que fuera junto a él, Abraham retrasó el plan de Dios en su vida, pues Dios tuvo que esperar que se separaran para aparecer ante él y mostrarle la tierra de Canaán.
Después, a causa del hambre, Abraham se fue a Egipto por su cuenta. Dios le había dicho que recorriera la tierra, pero no le había dicho que descendiera a Egipto. Al llegar allí, por el miedo de morir, él dijo que Sara era su hermana, y ella fue llevada al harén de Faraón, por eso, Abraham vivió amargado largos meses lejos de su amada esposa. Y, si no hubiera sido por la acción de Dios, de prohibir que ella fuera poseída, ¡Abraham habría sentido el dolor de verla en los brazos de otro hombre! (Génesis 20).
Por último, después de diez años en Canaán, el sentimiento de agradar a su esposa, le hizo oír la voz de Sara y poseer a la sierva Agar, generando así una nación que siempre tuvo conflictos con Israel.
Después de estos acontecimientos, Dios Se le apareció y le dijo: “Anda delante de Mí y sé perfecto …”
No se puede andar delante de Dios usando la fe y el corazón.
No se puede ser perfecto sin fe obediente.
Dios fue claro: “Yo Soy el Dios Todopoderoso …”
En otras palabras: ¡No confíes en nadie, no agrades a nadie, no escuches a nadie, no dudes, no tengas miedo, no uses el sentimiento!
Sé perfecto solo obedeciendo a Mi voz.
Ahora quedó más claro por qué, a la hora de llevar a Isaac al Altar, el silencio lo acompañó. No hubo consultas, opiniones, no hubo miedo, no hubo dudas …
Él fue perfecto al caminar tres días con el sacrificio, sin mezclar el sentimiento con la fe obediente.